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Lugares donde has sido feliz

Si la semana pasada cuestionábamos aquello de evitar las segundas oportunidades, hoy mi reflexión resulta aún más evidente. “No tratar de volver al lugar donde has sido feliz”, ¿qué demonios es esto? ¿Quién puede defender semejante sentencia?.

Pues eso, al lugar donde has sido feliz siempre hay que tratar de volver, aunque sea con nuestros pensamientos, pero la felicidad hay que atraparla y no soltarla, y si puede ser revivirla, volver a tocarla con las manos, intentar perpetuarla.

Y eso, si hablamos de literatura, es fundamental. Adoro descubrir nuevos autores, propuestas inéditas, no exploradas (siempre hay que tener los ojos muy abiertos en los territorios creativos), pero la fidelidad al autor que te ha hecho feliz siempre hay que cuidarla. Por gratitud (al que tanto te dio) pero también por interés propio (ahí sabes que hay felicidad para ti en forma de nuevo libro). Belén Gopegui, Isaac Rosa, David Trueba, Sara Mesa, Sally Rooney, Murakami, Paco Roca… Imposible dar de lado a los que han construido la felicidad literaria del que escribe en los últimos años.

Hoy traigo a dos escritores de este grupo, de esos a los que, presentada la ocasión, hay que volver, aquellos que, fieles a la cita, han vuelto a no defraudar.

Los extraños, Jon Bilbao


Jon Bilbao es uno de los escritores mejor situados del panorama narrativo español, y el estandarte nacional de la editorial Impedimenta. También uno de nuestros autores predilectos, del que hemos leído toda su obra, desde sus comienzos en Salto de Página hasta su fichaje en Impedimenta.

Dominador del relato (del que es un referente), muchas de sus recopilaciones forman parte de la historia de la narrativa española de los últimos años. Y su último libro – El silencio y los crujidos. Tríptico de la soledad – marcó un antes y un después en la evolución del autor hace la madurez literaria de gran recorrido. Aquí os dejo su reseña y el enlace a las demás publicadas en el blog.

Con Los extraños, Jon Bilbao nos ofrece de nuevo una muestra más de su enorme talento, pulido como nunca y despojado de cualquier artificio. No necesita más de 130 páginas para desplegar una historia dominada de manera absoluta por la atmósfera, y donde lo inquietante, lo misterioso y lo no desvelado prevalece sobre todo lo demás. Esta es una seña de identidad de los relatos del autor asturiano: todo está al servicio de la atmósfera y la tensión, incluidos los personajes, que a veces parecen formar parte del decorado. Me gusta muchísimo esa forma de entender el relato como vehículo de transmisión de emociones donde cada elemento suma y no sustituye. Los personajes pueden desaparecer pero la historia está ahí, pesada y absorbente como una losa.

Solo corro sutilmente las cortinas para dejar ver el principio de la historia: Una noche de invierno en Ribadesella, Jon y Katharina presencian unas luces extrañas en el cielo. El avistamiento genera turbación en la zona y, coincidente con este misterio, se produce una visita, la del primo de Jon, del que apenas conoce nada y se dispone a pasar junto con su acompañante unos días en su casa. La visita pronto se convierte en incómoda y turbadora, y el desconcierto inicial torna pronto en sospechas y desconfianza.

Una fantástica lectura para tomarle el pulso al estado de salud de la literatura en España. Apuesta segura.

Los hijos de Eva, Manuel Dorado


Manuel Dorado vuelve tras su espectacular primera novela, El efecto Midas, libro que dio mucho que hablar teniendo en cuenta las dificultades que tiene hacerse hueco en el mundo editorial desde la periferia de los circuitos no comerciales. Dorado se hizo un hueco y se ganó el respeto de los lectores que accedimos a su obra, y en su recorrido la novela llegó hasta el mismísimo Festival de Sitges, siendo seleccionada dentro de la iniciativa Taboo´ks, en la cual se estudiaba la adaptación de obras de literatura fantástica al cine. Tocaba ya segunda novela para poder constatar la deriva creativa del autor, y ya la tenemos con nosotros, leída y reflexionada.

Los hijos de Eva repite género (thriller tecnológico), estructura (tres partes, en una suerte de tres actos, otorgando un perfil teatral que destila cierto clasicismo) y mucho academicismo (del bueno) en la propuesta: buena construcción de personajes, despliegue impecable de la trama y todos los componentes habituales en el género negro.

Mark Swire es un agente del FBI especializado en operaciones de desarticulación de sectas por todo el mundo. Tras su última operación (el desmantelamiento de Los hijos de Satán) se le encomienda la que podría ser su última misión, desentrañar los secretos de Los hijos de Eva, una agrupación religiosa con un enorme poder económico cuyo propósito es aparentemente no destructivo: erradicar las enfermedades del mundo y con ellas el Pecado Original.

La novela funciona de manera impecable, y la trama es – como ya pasó con El efecto Midas – la excusa perfecta para reflexionar sobre asuntos trascendentales como el poder del ser humano y los principios éticos que lo limitan, la línea fina entre el bien y el mal, y la dificultad en definir “las reglas del juego” (¿qué es y qué no es una secta?). Y digo que es la excusa pero cuando la excusa es tan buena, no es justo que esta quede como mero vehículo de esa presunta trascendencia. Porque estamos hablando de una grandísima novela de aventuras, de suspense, muestra del mejor género policiaco. Y por supuesto, el final, qué final, tantas ganas de contarlo como responsabilidad para no hacerlo. Hay que leerlo.

Una reflexión que me gustaría hacer para terminar: no entiendo como Manuel Dorado no ha caído en las garras de una editorial grande. Por más que lo analizo no lo entiendo. Su obra (hablo de las dos novelas, aunque especialmente de esta última) es una golosina que en manos de un gran grupo editorial puede ser una bomba. Su visión como narrador, su talento y su oficio no explican que aún no se haya producido el salto. Convencido de que sucederá, solo espero que llegue lo antes posible. Otros con menos valores en su haber han llegado. La pregunta es por qué no ha llegado todavía, porque esta era la novela.

¡Feliz semana! 

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