En la anterior entrada compartía
mi convicción de que la gran novela americana no es (probablemente) una novela,
y es que en esta vida hay cosas que no son lo que parecen, o son lo que no
parecen, y es ahí donde reside su grandeza. Ir a comer con un amigo no es
especial porque comas mejor o peor, igual que a veces una tarde en el cine la
puedes recordar toda tu vida por todo menos por la película que viste. La
nostalgia se alimenta de nuestras experiencias idealizadas para construir nuestros
futuros recuerdos y transportarnos, como dice Don Draper, al lugar donde
sabemos que nos aman (cuánto te echamos de menos, Mad Men).
Os voy a hablar sobre libros, pero también sobre mi verano,
porque como nada es lo que parece, en realidad estaré hablando de casi todo
menos de libros y de casi todo menos de mi verano. ¿Qué son entonces los
libros, sino esos objetos que se pueden convertir en cualquier cosa? Si un
libro es solamente un libro, no te molestes, no te esfuerces en leerlo.
Uno. (Re)descubriendo
a Richard Ford.
A Richard Ford no se le lee, se le aplaude. Su trilogía sobre Frank Bascombe es
la radiografía precisa del americano contemporáneo medio, el del sueño de una
vida ideal tirada por el desagüe. En junio he releído El periodista deportivo y
en julio El día de la independencia. Agosto es para Acción de gracias. Si no has
leído a Ford salda esa deuda de inmediato, que no te lo cuenten.
Dos. ¿Cómo lo
haría él?. Billy
Wilder tenía un cartel en su oficina con la frase “¿Cómo lo haría Lubitch”.
Ernst Lubitch era su maestro, el que aún ausente era capaz de ayudarle cuando
estaba en aprietos. ¿Cuál es el Lubitch de nuestras vidas? En mi caso hay unos
cuantos, pero uno de ellos es el propio Wilder, o mejor dicho, sus películas.
En el final de Con
faldas y a lo loco está uno de mis diálogos favoritos, donde Jack Lemmon
disfrazado de mujer intenta convencer a su pretendiente de todos sus defectos
(“no soy rubia natural”, “fumo muchísimo”, “tengo un horrible pasado”, “nunca
podré tener hijos”). Nada puede con el entusiasmo de su pretendiente. Finalmente,
acaba por gritar: ¡Maldita sea Osgood, soy un hombre!, a lo que este responde:
“Bueno, nadie es perfecto”. Al final se trata de eso, de que nadie te amargue
el lado luminoso de la vida.
Este verano releí Conversaciones
con Billy Wilder, de Cameron Crowe, mi libro favorito sobre cine. Dos
genios hablando, conversando sobre su cine y el cine de otros, de actores de
otro tiempo y de su relación con ellos, de la vida al fin y al cabo. El libro
de Wilder es tan bueno como sus películas, que ya es decir.
Tres. Leyendo Dolor
y gloria. Qué
película, qué director, qué maravilla. El final de Dolor y gloria es uno de los
ejemplos más bonitos de cine dentro del cine, cuando la cámara abre el plano y
aparece otra cámara, los focos y los micrófonos, y los personajes, reales y
descarnados dentro de la ficción, se convierten en actores que interpretan a
actores.
Qué cosa tan bonita nos ha regalado Pedro Almodóvar. Y es de Calzada
de Calatrava, que no se nos olvide nunca. He leído el guión (maravilloso y
recomendable) y lo mejor del libro es el prólogo del propio Almodóvar, la cosa
más sincera jamás dicha sobre su cine:
¿Es Dolor y gloria una película basada en mi vida? No, y sí, absolutamente. Todas mis películas me representan. Es cierto que esta me representa más, pero desde el momento en que comienzo a escribir sobre una base conocida —procedente de la realidad, de algo que he leído en el periódico, que me han contado, de lo que he sido testigo o simplemente un episodio de mi propia vivencia— la historia empieza a encontrar su verdadero camino (cinematográfico, en este caso) para convertirse en ficción. El resto del trabajo lo hago guiado e impulsado por la imaginación. Y la imaginación no se preocupa tanto de la verdad como de la verosimilitud, y de que el resultado sea entretenido y emocionante.
Y no puedo evitar acordarme de
otro de esos finales que solo se filman una vez en la vida. El del niño Totó ya
adulto regresando al cine de su infancia donde ve el regalo que Fredo le ha
dejado: todos los besos prohibidos que no pudo ver en las películas que han
marcado su vida. Tornatore, Morricone y Almodóvar nos están contando lo mismo.
Cuatro. Gijón y
Oviedo. Solo
puedo decir cosas buenas de Asturias, una amiga que es una hermana, la
sensación permanente de sentirme en casa cada vez que voy, y estas dos ciudades
increíbles. A todas las cosas buenas que tienen y que le pido a cualquier
ciudad donde me encantaría vivir tengo que añadir mi última experiencia
literaria este verano. Gijón con su Semana Negra (un poco menguada, eso sí) y Oviedo, con sus espléndidas librerías, donde Cervantes brilla con luz
propia. Una librería es motivo suficiente para querer mudarse a una cuidad. La
realidad es luego la que es y vivo en una ciudad sin librería decente, y sin
biblioteca digna. Pero Oviedo y Gijón (Oviedo o Gijón) siempre serán la tierra
prometida.
Cinco. Cosas que he leído y que no sé qué hacer con ellas, o qué opinar, porque
habiéndome encantado no se si merecen un espacio propio, no porque no las haya
disfrutado – que sí – si no porque no haya sabido encontrarles el sitio que
merecen. Quizás me ha faltado el momento adecuado, o falta de sensibilidad para
identificar su grandeza, por no haber estado a la altura como lector. A veces
son las expectativas, a veces desmedidas. Abramos el saco:
Personajes
desesperados,
de Paula Fox, descarnada y desoladora, tan buena como desalentadora (¿Qué haces
si un hecho insignificante te hace ver que tu vida se sustenta en la fragilidad
absoluta?)
Quedará la
ilusión.
Carlos Marañón (director de Cinemanía) y Galder Reguera (responsable de
actividades culturales del Athletic de Bilbao) decidieron contarse por carta
sus experiencias durante el mundial de Rusia. Y de ahí salió un libro donde se
contaron los partidos, pero también la experiencia de ser padre, cómo encarar
el cáncer de tu pareja y cómo la vida es como el deporte y el deporte es una
imitación casi perfecta de la vida.
Silencio
administrativo. Sara
Mesa nos da un puñetazo en el estómago firmando este cuaderno Anagrama en el
que nos cuenta la experiencia de querer ayudar a una sintecho y no ser capaz de
hacerlo. La administración como enemiga hostil que excluye todavía más al que
ya de por sí está excluido. Un ensayo necesario que nos devuelve el escupitajo
de nuestras miserias propias.
Feliz verano y felices lecturas.
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