Uno de los placeres
del verano es disponer de tiempo suficiente para libros que, bien por la
irrupción de novedades esperadas, bien por su extensión, son relegados de forma
recurrente en nuestro plan lector. Tal es el caso de Philip Roth, uno de esos
autores con el que tocaba ponerse al día. Este verano ha sido el de Pastoral Americana, el primer volumen de
su trilogía americana. Y qué placer tras haberlo terminado, terminando con la
sensación de devorar la obra de este monstruo de la literatura.
Pastoral americana es la primera obra de
Roth narrada por Nathan Zuckerman, su alter ego, escritor también, testigo
notarial de muchos de los libros del autor americano. En esta primera ocasión,
su presencia es tímida aún y se sirve de ella para mostrarnos a uno de los
personajes más logrados de la literatura contemporánea, “El Sueco” Seymur
Levov.
En un intento
de explicarlo en unas pocas palabras, diríamos que Pastoral americana nos
cuenta el nacimiento, auge, caída y destrucción final del sueño americano,
representado magistralmente por Levov. Un hombre hecho a sí mismo, con orígenes europeos(solo tres generaciones le preceden
en territorio americano), judíos, modelo ideal de perfecto americano
(deportista ejemplar en su juventud, empresario de éxito al frente de la
empresa familiar de fabricación de guantes), marido de la mujer perfecta,
ganadora del concurso Miss Nueva Jersey, de moral intachable.
Y la misma
precisión de cirujano con la que se construye el modelo de un personaje (y de
un país) es la que utiliza el autor para evidenciar el derrumbe del sueño. Un
acontecimiento hace que todo se tambalee: su familia, sus valores, sus creencias,
su concepto de la felicidad. No es un tratado sobre la pérdida de la felicidad,
sino sobre la propia felicidad.
En un momento
de la historia, su hija Merry (responsable del acontecimiento que marca el
devenir de la novela), siendo aún una niña, escribe en una redacción del
colegio:
Y la frase, pensamiento despojado absolutamente de cualquier atisbo de entusiasmo vital refleja muy bien (y sirve como acontecimiento premonitorio) lo que queda después del desastre.
“La vida es un
breve periodo de tiempo durante el que estamos vivos”.
Y la frase, pensamiento despojado absolutamente de cualquier atisbo de entusiasmo vital refleja muy bien (y sirve como acontecimiento premonitorio) lo que queda después del desastre.
Las divisiones sociales
(vinculadas estrechamente a la religión y a la raza, y transversalmente a la
educación y al estrato social), el inconformismo de la deriva internacional de
un país, el fanatismo en todas sus formas y la inexistencia de mecanismos de
salvación basados en la tradición (permitidme la expresión) transmiten la
sensación de país con millones de ciudadanos al borde del vacío existencial,
con el riesgo de ruptura radical con la sociedad (y contra ella) que eso
supone.
En otro de los
fragmentos de la novela se dice:
Y se trata de otra forma perfecta de expresar la impotencia de no poder identificar a un enemigo común, porque el enemigo casi siempre duerme a tu lado, o peor, eres tú mismo.
”Los
transgresores están en todas partes. Las puertas
están cerradas, pero ellos se
encuentran dentro”.
Y se trata de otra forma perfecta de expresar la impotencia de no poder identificar a un enemigo común, porque el enemigo casi siempre duerme a tu lado, o peor, eres tú mismo.
Ya conocéis mi fanatismo por
la novela clásica contemporánea norteamericana, especialmente aquella que nos
ayuda a comprender a una sociedad más compleja de lo que desde Europa
pretendemos a veces. Roth - junto a De
Lillo, Auster, Carver o Franzen entre otros – se erige como uno de los grandes
historiadores (con la ficción como herramienta) de los últimos cien años de
historia de Estados Unidos. Pastoral
americana es un título imprescindible para entender la literatura de los
últimos treinta años, uno de esos libros que te tambalea como lector y que
desvela a Philip Roth como uno de los grandes.
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