A raíz
de un relato de Javier Aznar en su libro ¿Dónde
vamos a bailar esta noche? me decidí por la compra y lectura de la autobiografía
de Phil Knight, fundador de Nike.
Como
amante de las biografías he de decir que la historia que nos cuenta Knight, es
una delicia. Se trata de un ejemplo de superación personal y de ambición de un
sueño que nos ayuda a entender que la persistencia tiene por lo general sus
fruto. Detrás de historias como la de Knight hay un sacrificio – a veces no
explícito – que implica renuncias personales extraordinarias. Esto muchas veces
queda solo sugerido entre líneas, pero uno se puede imaginar perfectamente todo
lo que el amigo Phil se ha dejado en el camino.
La
historia de Nike es la de un joven norteamericano de Oregon (norteamericano,
por tanto, de pura cepa) que un día decide que el futuro está en importar
zapatillas de deporte de Japón y venderlas en su país). Y todo en una época
(finales de los sesenta) donde el concepto running no existía, moda y deporte
todavía no eran lo mismo y las grandes estrellas deportivas no eran iconos que
abanderaban ropa deportiva. Y todo esto brota con Nike. Esto es lo que hace
fascinante esta lectura, porque nos describe lo que en esencia supuso la
transformación del mundo en lo que conocemos ahora, al menos desde el punto de
vista económico y deportivo. Es interesante como los países manufacturadores
que están detrás de las grandes marcas evolucionan de Japón a Corea, de Corea a
Hong Kong, hasta llegar a China (evolución que hoy día sigue viva).
Una de
la grandes paradojas de este relato sobre la construcción de un imperio es que
durante años el negocio era ruinoso, incluso siendo ya una marca consolidada a
nivel mundial. Y esto se debía a que siempre antepusieron el crecimiento de la
compañía a su solvencia económica. Sorprende que no haya un solo año en el que
reconozcan haber ganado dinero, hasta 1980, año de la salida a bolsa y la
transformación económica de la compañía (que es justo el año donde termina el
libro).
Y a lo
largo de la historia aparecen grandes deportistas en su relación con Nike y con
el deporte (Nastase, Connors…), y también con la vida, con deportistas que
nunca llegaron a nada, o cuando los Juegos Olímpicos eran todavía puro deporte
(y pura vida) y no tanto un negocio puro y duro. Es de destacar, por cierto, el
relato casi en primera persona de los atentados en la villa olímpica de los
Juegos Olímpicos de Munich en 1972.
Nunca te pares es todo un ejemplo de trabajo en equipo para
la consecución de un objetivo común. Esa es una de las grandes enseñanzas del
libro, que no hay nada como tener un
sueño colectivo y tener claro que lo único que tienes claro es alcanzarlo
(aunque no tengas muy claro cómo).
Solo un
pero. Bueno dos. En primer lugar la traducción del título. De verdad, me parece
incomprensible cómo un libro puede pasar de llamarse Shoe Dog (espléndida expresión que describe a una especie de “sabueso
del zapato”) a Nunca te pares. Un
humilde consejo para los traductores de productos literarios: Si no lo tenéis
claro, dejad el título como está, sin traducir. A veces es como menos daño se
hace. El segundo tiene que ver con la edición. No sé a quién culpar, pero
parece que hay determinadas temáticas (y los libros que se venden como libros
de gestión empresarial son una de ellas) tienen que solo pueden editarse de
manera horrible. Cuanto más feos mejor. No lo entiendo, y animo a revertir la
tendencia. No creo que este libro venda más por ser tan feo.
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