Tenía ganas de abordar una nueva incursión en la autoficción
libre de autor, tan de moda por estas latitudes en los últimos tiempos. Y tenía
especialmente ganas porque había oído hablar, y muy bien, de Sabina Urraca y Las niñas prodigio.
Sabina Urraca nos cuenta su vida, sus angustias y también
sus dichas a través de breves capítulos donde va desgranando capítulos más o
menos inconexos de su vida. Dichas, pocas, porque eso de que la juventud es una
época maravillosa e irrepetible tiene mucho de lo segundo pero casi nada de lo
primero, especialmente cuando ser diferente es sinónimo de exclusión y de
aislamiento. Sabina recorre en su libro su particular catálogo de expectativas
no cumplidas (propias y ajenas) a través de la mirada y la experiencia de una
chica normal.
No sé, me gusta pero acabo con la sensación de que ya lo he
leído, y no me refiero a que ya he leído libros que me intentan contar lo
mismo, sino a que es la propia autora la que parece regresar permanentemente a
la misma idea, en un intento (no sé si pretendido) de manifestar sus
obsesiones, sus miedos, su – en definitiva – relato.
No me atrevo a no recomendar el libro, porque tengo la
sensación de que no ha llegado en el mejor momento para mi, en el cual he
abusado hasta la sobredosis de historias de autoficción (Cambiar de idea, Ama,
Halfon…). Confieso mi sensación de frustración por la lectura no satisfecha,
porque la he disfrutado – especialmente al principio – por momento, y logro
empatizar con la autora. Pero no entro al fondo de lo que me cuenta, y eso me distrae
y me invita al abandono.
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