El pasado 24 de Octubre,
fecha en la que asistí a la presentación del libro Represión en la posguerra en Torre de Juan Abad (1939-1947),
recordé el día en el que conocí a Tomás Ballesteros, su autor.
Fue a través de una amiga, Ana, y enseguida me llamó la atención la pasión que Tomás transmitía con sus palabras, con su mirada, con el tono de su voz (la pasión tiene estas cosas, es multisensorial e indisimulable). Fueron apenas unos minutos, que se me antojaron escasos. Hablamos de literatura, de memoria, de justicia, de libertad. Y del gran proyecto en el que lleva años trabajando, Mapas de Memoria, cuya existencia yo conocía a través de la prensa y del que él me contó algunos detalles: se trata de un proyecto que nació hace diez años con el propósito de dignificar a las víctimas de la posguerra en la provincia de Ciudad Real. El resultado, 4.000 nombres de víctimas de la represión una vez finalizada la Guerra Civil en una provincia que fue retaguardia durante la práctica totalidad de la contienda, y un libro que recoge todo el trabajo, Para hacerte saber mil cosas nuevas: Ciudad Real 1939, un colosal proyecto editorial de un rigor inapelable. El proyecto ha tenido una gran repercusión a nivel nacional, convirtiendo a Ciudad Real en provincia referente en la reivindicación de esta justicia histórica.
Y como si de un gran río se
tratara, de este gran proyecto están surgiendo otros afluentes en forma de otros libros,
que profundizan en alguna de estas historias y lugares, dando espacio para la
profundización y el detalle. Contaban Javier Flores (el editor) y el propio
Tomás que se encuentran en proceso de publicación hasta ocho títulos
diferentes, del que este es el primero.
El libro – como describe su título – hace un riguroso repaso a la represión de posguerra vivida en Torre de Juan Abad, un pueblo de la Mancha profunda de apenas 4.000 habitantes, que no tendría nada de particular si no fuera porque allí se dio un hecho que puede ayudar a entender parte de los sinsentidos vividos en esta nuestra guerra: en Torre de Juan Abad – retaguardia republicana hasta 1939 – no se habían producido muertes a manos de las autoridades republicanas, ni hechos violentos reseñables. Estas evidencias (constatadas incluso en la nada sospechosa Causa General), ponen en contexto la extrema crueldad del bando vencedor en aquellos territorios donde solo se entiende esta actitud por la necesidad de recuperar el tiempo perdido (permítanme la expresión).
Hay un acontecimiento que
puede explicar (más que como justificación como coartada) todo el dolor causado
a partir de 1939. Se trata de los sucesos ocurridos en la vecina Castellar de
Santiago, donde como respuesta a los conocidos hechos ocurridos en el mismo
pueblo en 1932 (donde el pueblo se reveló contra dirigentes y fuerzas del orden
ante la resistencia de estos a aplicar las medidas progresistas del gobierno,
entre ellas la Reforma Agraria), se produjeron actos de venganza en la iglesia
de la localidad solo unos días después del alzamiento militar contra personas
de perfil derechista. Lo cierto es que este acontecimiento se utilizó como
acusación contra numerosos habitantes de Torre de Juan Abad, por supuesta
participación directa, indirecta o por colaboración en los hechos. Y todo con
pruebas poco fundamentadas, testigos de dudosa credibilidad o simples rumores.
Aquí Tomás es riguroso en su relato, aportando datos documentados y objetivos,
en un ejercicio de enorme valor y sin posibilidad de réplica. No olvidemos: la
dictadura – tan cruel como ingenua – lo dejó todo escrito, convencida de que
sus terribles e injustos actos respondían a un bien superior, casi divino.
Hay tres cosas que me gustaría destacar tras la lectura – apasionada – del libro. En primer lugar, el hecho de que aunque lo he leído en apenas tres días, avanzar en su lectura se hace realmente doloroso. Es difícil permanecer frío ante los testimonios, documentos, cartas (creo que no hay nada más estremecedor que las cartas de un condenado a muerte que se despide de sus seres queridos), sentencias judiciales y fotografías que Tomás muestra con absoluto rigor y respecto.
En segundo lugar, la enorme
inteligencia que demuestra el autor dejando fuera del relato a los verdugos. Ni
un solo nombre de los torturadores, opresores y asesinos que también protagonizan
esta historia. Es una forma brillante de decir sin decir nada. Este libro da
nombres (y relatos) a los que no los han tenido durante más de cuarenta años, e
ignora a los nombres (e historias) de los que ya tuvieron oportunidad de tener
su historia.
Por último, y esta es una virtud exclusivamente literaria, está el talento narrativo el escritor, que ha convertido un libro académicamente riguroso y rico en datos, en una historia con pulso narrativo, que se lee a través de un complejo pero claro hilo conductor. Esto, amigos, también es literatura, y convierte a Tomás no solo en un justiciero histórico (que ya es mucho) sino también en el narrador necesario que necesitan estas causas.
Seguiremos atentos a esta
colección (Huellas de Memoria) que según sus artífices tendrá una visión global
y transversal en torno a la memoria olvidada de los pueblos y personajes de
esta provincia. Seguro que nos esperan historias tan apasionantes como esta.
Termino como empecé, con el
día en el que Tomás presentó el libro en su pueblo, en Puertollano. Esa mañana
el dictador era desenterrado y llevado lejos de sus víctimas. Benditas casualidades, que demuestran que en el improbable caso de que exista un dios, a veces se acuerda también de los buenos. El Valle de los
Caídos es por fin un lugar un poco menos aterrador.
Posdata. No quiero olvidarme del editor, Javier Flores, protagonista anónimo de este libro y de tantos otros, el editor de provincias del que tendremos que hablarle a nuestros nietos cuando queramos contarles las historias que firmaron los héroes de estos tiempos que corren. Uno de esos humildes actores secundarios que, como dice Tomás en su libro, fueron (son) tanto no siendo nada.
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