Después
de la lectura de El aliado supimos de
Iván Repila y de su talento. No es la primera vez que una grata experiencia
lectora de una publicación reciente nos lleva a echar la vista atrás en busca
de la obra anterior del autor o autora en cuestión. Y aquí estamos, con El hijo que robó el caballo de Atila, el
que para muchos es todavía la mejor novela del autor vasco.
El niño
que robó el caballo de Atila es de esas novelas que son leídas de un tirón,
hipnotizantes, que pueden ser leídas como un cuento largo (apenas 130 páginas)
y que bastan para descubrir la capacidad creativa de un escritor.
Con una
propuesta casi teatral (dos personajes, un único escenario, espacio cerrado),
la historia gira en torno a dos hermanos, dos niños sin nombre (solo les
conocemos como El grande y El pequeño) que se encuentran en el interior de un
pozo. Atrapados, después de una caída de la que no se nos desvela casi nada.
Hay una
madre, a la que se nombra (hay una bolsa de comida con ellos, que no pueden
tocas porque forma parte de un recado para ella). No hay ninguna prisa, el
narrador sabe cuándo y qué nos tiene que desvelar en el momento preciso de la
novela.
El niño que robó el caballo de Atila solo puede ser entendida como
fábula y como metáfora, y así funciona de forma magistral. Porque la novela
habla de egoísmo y de capacidad de adaptación, de resignación y de fuerza de
voluntad. Pero sobre todo habla de los pozos en los que vivimos como seres
humanos, con realidades plenamente acotadas que nos hacen vivir con el
espejismo de tenerlo todo bajo control, cuando en realidad es imposible escapar
de determinados parámetros. Y también de justo lo contrario, de nuestra
capacidad para cambiarlo todo y redefinir las fronteras de nuestro pozo.
Tenéis
que leer a Iván Repila. Yo ya me he hecho con Una comedia canalla, su primera novela, para seguir entendiendo el
mapa de ruta de un autor que me tiene maravillado y desconcertado a partes
iguales.
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