Dentro
de las múltiples muestras que la ciencia ficción nos ha dejado sobre futuros
distópicos y realidades imaginadas hay un selecto grupo de novelas que todos
hemos leído o al menos hemos oído hablar de ellas (o en su defecto, hemos visto
sus respectivas versiones cinematográficas. Estoy hablando de 1984, Un mundo feliz, Fahrenheit 451 o la redescubierta
recientemente El cuento de la criada. En todas ellas se exploraban mundos donde,
de un modo u otro, para garantizar la seguridad el bienestar del ser humano (o
utilizando estos argumentos como excusa) el estado había privado a sus
individuos de alguna de las libertades fundamentales. Estas realidades nos
sirven para reflexionar sobre asuntos reales (y actuales) que no difieren
demasiado de lo planteado desde la ciencia ficción: el sacrificio del bien
individual por el bien común, la limitación de la libertad como herramienta
preventiva para actos contra la sociedad, el acceso total del estado a todo lo
que hacemos y decimos. Son perversiones de la realidad pero que el tiempo ha
acabado demostrando que los parecidos con dichas de realidad asustan y
estremecen. No olvidemos que estos libros, escritos hace más de cincuenta años
en el mejor de los casos, imaginaron futuros que nuestras sociedades han
acabado reproduciendo con más parecidos que diferencias.
Hago
esta introducción por la enorme sorpresa que me ha causado la lectura de
Kallocaína, uno de los primeros títulos publicados en España por la editorial
Gallo Nero allá por 2012. Me recomendaron su lectura porque se supone que es la
gran tapada del grupo de novelas de la que os hablaba antes. Se trata de la
historia de Leo Kall, un científico en un estado indefinido que, en primera
persona y desde la cárcel, nos narra la historia que cambió su vida: el
descubrimiento de una sustancia capaz de hacer confesar la verdad a cualquier
ser humano. Bautizada como Kallocaína, el producto supone una revolución en
cuanto a la investigación y juicio de hechos delictivos.
Con
este punto de partida, y con la exposición de las potenciales ventajas de este
descubrimiento, van apareciendo otros usos donde no están claros las bondades y
los límites: si se puede averiguar si alguien ha cometido un crimen, también
puede averiguarse si alguien tiene previsto cometerlo, o más aún, si alguien
simplemente piensa en ello. Juzgar, por tanto, un delito de forma preventiva
(solo habiéndolo pensado) hace que la Kallocaina se convierta en una
herramienta de control de valor incalculable.
Junto
con esta perversión, el protagonista también evoluciona, y su forma de ver al
estado y a la relación del individuo con él cambia. Las bases hasta ese momento
incuestionables para él (la separación de los hijos a los pocos años de nacer
para ser educados de la misma forma y sin el apego sentimental de la familia,
el control total del estado en cuanto a sentimientos y relaciones en una suerte
de Gran Hermano al estilo 1984) empiezan
a generarle dudas a medida que va conociendo los efectos de la droga en las
personas en las que va siendo testeada.
Kallocaina es un tesoro descubierto casi por casualidad
y que incorporo a mis recomendaciones recurrentes para lectores que quieran
algo diferente y original. La edición de Gallo Nero ayuda a encapricharse de
esta maravilla. Sus libros, su formato, su papel, sus portadas, explican por
qué seguimos pensando que no hay nada como leer en papel.
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