Cuando estéis perdidos, regresad a los clásicos; si queréis iniciar a
alguien a la literatura, elegid bien, si es posible, entre los clásicos. Ahora
más que nunca, necesitamos reivindicar a los pioneros, a los que rompieron los
moldes, a los que nos enseñaron a transgredir, a los que crearon obras
inmortales, más allá del tiempo. Ahora, más que nunca, necesitamos a autores
como Federico García Lorca. Este verano he releído La casa de Bernarda Alba, en la impagable edición de Cátedra (su
colección negra de clásicos debería estar en todas las casas).
La casa de Bernarda
Alba nos cuenta la historia de Bernarda, que tras la muerte del marido, impone
un férreo luto de ocho años (sin salir de casa, sin mostrarse al exterior) para
ella y para sus cinco hijas. Entre ellas, la menor, Adela, de solo veinte años
y con una ansia incontrolada por vivir, y Angustias, la mayor, de treinta y
nueve años, prometida de Pepe el Romano, sospechoso de perseguir la herencia de
esta como primogénita del fallecido.
Se presenta enseguida el conflicto: la envidia de las demás hermanas, el
amor oculto de Adela por el prometido de su hermana mayor, el rencor por lo
considerado como no merecido, y todo bajo la opresión de un ambiente
irrespirable, el de la casa, la gran protagonista, el espacio cerrado donde
solo el drama parece la salida.
El final, como parece inevitable desde el principio, desemboca en tragedia.
Todo lo que diga del libro es poco. Se trata de una obra de teatro cuya
lectura es apasionante y fundamental. Es increíble la cantidad de riqueza
narrativa, formal, ambiental consigue Lorca en apenas ochenta páginas. La simbología,
los silencios, la expresividad del texto, todo en ella es perfecto, y nos
traslada con una facilidad envidiable a las tablas de un escenario y a la casa
donde transcurre todo.
Nadie como el granadino ha conseguido universalizar el drama local con
todas sus peculiaridades, su lenguaje propio, su iconografía, sus dramas
rurales únicos. Conseguir trasladar eso y que lo entiendan en cualquier confín
del mundo es lo que hace grande a Lorca. Siempre me ha parecido que ese es su
gran valor, como siempre me ha parecido cada vez que he visto una película suya
que daría lo que fuera por que Tarantino hiciese su propia versión de alguna de
las obras de Federico.
Seguiremos leyéndole durante los próximos meses, y seguiremos reivindicando
su legado. A Lorca hay que leerle, y solo desde su grandeza es comprensible el
daño que se le hizo al mundo privándonos de él cuando solo tenía treinta y ocho
años.
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