Una de
nuestras debilidades es el de aquellos libros que se mueven en la delgada línea
fina que separa la crónica de la reflexión, la ficción de la no ficción
novelada o el ensayo metaliterario de la simple libertad creativa del escritor
por contar historias. En ese espacio literario sitúo a nuestro venerado Enrique
Vila-Matas, al gran Eduardo Halfon o más recientemente a nuestro último gran
descubrimiento, Mircea Cartarescu, maestros de la confusión y de la no ficción
ficcionada, en una nueva vuelta de tuerca del realismo mágico que apareció
décadas ha en la mente de otros genios y otras latitudes. A este selecto grupo
se le acaba de unir Vicente Valero con su Duelo
de Alfiles.
En Duelo de Alfiles todo comienza con una
fotografía. En ella Walter Benjamin y Bertolt Bretch disputan una partida de
ajedrez en la casa danesa del segundo, y a partir de ahí el autor comienza un
ejercicio exploratorio de la relación de los dos artistas y sus reflexiones
políticas sobre la situación política de la que son coetáneos. A partir de ahí
los caminos se bifurcan y con ello se potencia lo inclasificable del libro,
absolutamente intergénero. Es libro de viajes (el autor peregrina territorios e
historias por media Europa), es ensayo histórico-literario (de una época, de
los escritores narrados) y es reflexión personal (indisociable de los dos
territorios anteriores).
A lo largo de los cuatro extensos capítulos del
libro viajamos hasta la citada casa danesa de Bertolt Bretch (y su partida de
ajedrez con Benjamin), nos desplazamos a Turín para recrear el último
testimonio creativo de Nietzsche, seguimos los pasos de Kafka en Alemania con
la lectura que este realizó en la universidad de Munich y que agitó al público
presente, y por último, el destino final en Zúrich reviviendo (y contando) el
retiro a un castillo del lugar del poeta Rainer M. Rilke luchando con su crisis
creativa.
Alrededor de
todo, el ajedrez, el gran leit motiv
de la novela, excusa y motivo principal –según se mire – metáfora y pasión de
vida para los protagonistas y para el propio autor (también para el que
escribe).
Una lectura de
calidad, necesaria, diferente y divergente, de las que enriquece nuestro
panorama literario y nos descubre autores con discurso y con una propuesta
única y propia.
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