La literatura que se mueve entre los extremos
puede causarnos atracción o rechazo en función de nuestros intereses, nuestras
debilidades, nuestros miedos y nuestros códigos morales. En estas propuestas se
nos plantean escenarios incómodos, dilemas que hacemos propios, preguntas con
difícil respuesta o cuya respuesta (la nuestra) nos convierte en irreconocibles
para nosotros mismos. ¿Cuántas veces pasan por nuestra cabeza pensamientos no
deseados, impropios de lo que creemos ser, pensar o sentir? De todo esto se nos
habla en Mañana es el día siguiente, la novela de Mario Martín editada
por Ediciones del Viento y que tanto me ha sorprendido.
En principio todo parece normal. Samuel va a
cuidar de la huerta de Pedro, su compañero de running. Porque Samuel, por
cierto, es un adicto a correr, no concibe la vida sin correr. Pues eso, que
Pedro se marcha de Huelva por motivos de trabajo y le pide a Samuel que cuide
de su huerto. Y Samuel, que de campo no entiende se aplica y se convierte en un
cuidadoso hortelano que acude casi todos los días al huerto de Pedro a regar,
sembrar y cuidar sus plantas y hortalizas.
En este nuevo universo personal, Samuel
conoce a nuevos personajes que integran a partir de ese momento su vida.
Jacinto es uno de ellos, el sabio hombre de campo cuyos consejos ayudan a
Samuel a que el huerto de Pedro salga adelante. Como decía, todo normal.
Todo normal hasta que aparece otro vecino,
Fidel. Fidel y su perro Bruno. Fidel es amable (mucho) y se acerca a saludar a
Samuel, a tratar de intimar. Como buenos vecinos. Pero Bruno lo estropea todo.
El perro pisotea el huerto de Samuel. Eso la primera vez, en la que Samuel
amenaza sin titubeos a Fidel: “La próxima vez mato al perro”. Y hay una próxima
vez.
Como en Un
día de furia, Samuel ejecuta su amenaza. Y no solo eso, porque además de
matar a Bruno, secuestra a Fidel, y le somete a una tortura difícil de
describir en esta reseña.
Samuel, por cierto, es el narrador de la
historia, y es a través de sus ojos como conocemos todo: sus sensaciones
previas al desastre, su retorcida manera de interiorizar (y normalizar) lo
sucedido, y lo que, como os decía al principio más nos puede asustar, nuestra
capacidad para normalizar los hechos. Porque Samuel parece un tipo normal que
corre como afición, que tiene algo parecido a una novia y que escucha
permanentemente Radio 3. Y dentro de esa normalidad se integran los hechos
infames asociados a Fidel y a Bruno. Que insisto, solo merecen ser conocidos
(por lo hiperbólicos y grotestos que resultan) con la lectura del libro.
Y al final, en un giro maestro que nos
descoloca y nos plantea juicios morales incómodos y ruborizantes, resulta que
el malo resulta ser otro (o ser también otro) y la injusticia se transforma en
justicia retorcida y poética. Como la vida misma. Como cuando un criminal
recibe su merecido fuera de los cauces legales establecidos y no podemos evitar
pensar (y a veces decir) un lapidario “se lo merece”.
Muy bien Mario Marín en esta sorprendente y oxigenante propuesta que bien
podría representarse en un teatro, porque la propuesta narrativa (casi
exclusivamente un escenario y dos personajes) es absolutamente teatral. Una
buena forma de empezar el año con un libro diferente y arriesgado.
Es un verdadero goce cuando te leen tan bien. Agradecido.
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