A mi parecer la gente se podría clasificar en dos grupos, los que disfrutan
con la comida y los que se alimentan como pura necesidad vital. Una amiga y yo
tenemos una teoría, no hay que fiarse de los segundos. Ni de los abstemios
radicales. No me resulta agradable ver a alguien beber una coca cola mientras
se come una lubina. O un aquarius. Este libro está escrito para el primer grupo.
Si la vida puede en ocasiones
ser ingrata, en la cocina siempre hay algo bueno que esperar. Por eso la mesa
es de las mejores maneras que los hombres hemos encontrado para cortejar la
felicidad y celebrar el acto gratuito de existir: algunos momentos, platos,
vinos y compañías nos dejan la ilusión de que, siquiera sea por un instante, el
mundo está bien hecho.
En un recorrido por el
año gastronómico, Comimos y bebimos es una celebración de la literatura y la
cocina. Mes a mes y entrada tras entrada, sea al hablar de una barra memorable
o al recordar el París culinario, cada apunte y cada historia de este libro
parten de la mesa para hablar sobre la vida.
Ser el perfecto gourmet o foodie como se llama ahora (palabra que me
horroriza) requiere un poco de snobismo.
O mucho snobismo. Por eso el autor de este libro puede parecer que lleva una
vida llena de lujos y riquezas, no lo sé. Pero también puede ser que todo su
capricho se vierta sobre la mesa y prefiera gastarse el sueldo en un buen vino
o en un buen restaurante que en otros menesteres. Esto es lo que muestra el
libro, alguien que desde joven sabe reconocer la buena mesa, los buenos
productos, los sitios merecedores de reconocimiento. No tanto los que están de
moda, sino los que realmente estar ahí por sus logros.
Así sus recuerdos de primeras
citas, primeras novias, amigos, estudios…se confunden con los primeros bocados
a manjares exquisitos. ¿A quién no le pasa eso? Mis recreos del colegio de
monjas saben a bravas y alioli, de COU a bocadillos de chichas, los recuerdos
de la Universidad están mezclados con el olor a revuelto de farinato, al primer
italiano en el que comí…e igualmente todos los viajes que he disfrutado están
ligados a las comidas que más me gustaron. Mi memoria vive a través de la
comida e Ignacio Peyró lo expresa como yo nunca hubiese podido.
Porque es un libro realmente bien escrito, bonito, con unos pasajes casi
poéticos hablando de viandas pero nada
cursis, ni vagos, ni con frases vacías del tipo: “es una comida honesta y
sincera”. Críticas que habitualmente detesto. Mucha frescura al escribir sobre
algo tan vital.
Y no sólo de sus recuerdos nos habla, nos cuenta de Madrid, de Londres, de
bebidas, de clubes de caballeros, de vinos…de todo aquello que a veces parece
pasado de moda pero que es de las vivencias que más se disfrutan en esta vida.
Porque al final del camino a todos nos espera lo mismo así que mientras tanto
aprovechemos y comamos, disfrutemos, vivamos.
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