A veces la aparición de un libro en nuestra vida nos ayuda a
responder a preguntas que ni siquiera nos habíamos hecho, o cumplen la misión
de ocupar un lugar que a partir de ese momento lo consideramos privilegiado en
nuestra definición de amantes de la literatura. Nuestro libro favorito, el
libro que regalarías a tu madre, el libro que recomendarías a ese amigo
diferente… En este caso, el libro del que os hablo hoy ha venido para ocupar
uno de esos lugares, pasando a convertirse en uno de los libros que recomiendo
a todo aquel que ha perdido la esperanza en los libros como artilugios
apasionantes de entretenimiento total.
La historia de
Max Luminaria. Es
el eje central del libro. Su historia es la historia de un psicópata de manual,
perfectamente camuflado en una sociedad en la que es plenamente aceptado. El
cirujano del barrio es el vecino perfecto, pero detrás (o debajo) está el
monstruo, el asesino en serie. Maximiliano Luminaria es uno de los personajes
más carismáticos de la literatura de género con el que me he encontrado.
Las cosas que
ocurren mientras tanto. En
torno a la historia de Max Luminaria ocurren otras muchas cosas, en ese mismo
barrio, cerca de los lugares que frecuenta. Personas normales, con sus propios
problemas, con sus miserias, con – de vez en cuando – alguna grandeza. Y todos,
todos, absolutamente todos, tienen un asesino dentro. A veces dormido (y nunca
despertará) otras veces abriendo disimuladamente un ojo, y otras en las que el
asesino despierta enfurecido y se lanza sobre su presa. Todo se nos narra casi
a la vez, como un coro de voces reivindicando su sitio. Y el resultado es
espectacular, apabullante, de un impacto narrativo brillante y a la vez
desconcertante.
Carabanchel. Las múltiples historias
narradas son en realidad la historia de un barrio. Donde todo sucede y donde
casi nada llama especialmente la atención. Carabanchel como capital del mundo y
a la vez como barrio donde todos los personajes tejen una telaraña de
cotidianidad con la que nos sentimos plenamente identificados.
Literatura
aséptica. O
solo aparentemente. Los hechos se narran sin artificios, con una – eso sí,
precisión milimétrica, rigurosísima – , y el resultado es perturbador, frío, o
más bien congelante. Y sin párrafos, ni puntos seguidos ni aparte. Una
excentricidad que potencia la fuerza de un texto que no necesita ortodoxia
gramatical. Las mejores historias no necesitan artificios ni ornamentos.
Y mientras, la
vida sigue.
Por eso el narrador (¿el autor? ¿la radio que suena de fondo? ¿un teletipo?)
nos va contando cómo la vida (el relato oficial de un tiempo y un lugar) sigue
su curso: los estrenos del año, recetas de cocina, política internacional,
crónica social, las canciones que suenan en la radio.
¿Todos somos
asesinos? O
quizás, más tranquilizador (o al contrario), los asesinos son como nosotros. Y
la realidad está compuesta por pequeños resortes – invisibles en ocasiones –
que cuando son activados pueden desencadenar los acontecimientos más
inesperados. Todo es normal, todo es extraño, y todo, en definitiva, depende de
los ojos que miran.
David Llorente. Ya le conocimos con Madrid Frontera y sabíamos que habíamos
encontrado algo especial. Por eso miramos hacia atrás y en esa búsqueda nos
hemos encontrado con Te quiero porque me
das de comer. Y nos da miedo que vuelva a escribir porque después de esta
apisonadora creativa no sabemos si lo único que nos queda es no esperar nada
mejor.
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