Hablar de Sara Mesa es hacerlo de una de las
realidades literarias más rotundas de este país. En niundiasinlibro ya hemos
reseñado Cuatro por cuatro (la novela
que le dio fama), Cicatriz (su gran
novela) y Mala letra (su libro de
relatos posterior al éxito de la anterior). Ahora se nos presenta Cara de pan, su nueva novela. Un nuevo
paso de la autora sevillana en la construcción de su personal mosaico
narrativo.
Cara de pan cuenta la relación de una niña
(a las puertas de la adolescencia) con un hombre (a las puertas de la vejez) al
que conoce en el parque donde a diario se refugia del instituto, al que ha
dejado de ir a espaldas de sus padres. Entre ellos se forja una relación de
amistad anómala, atípica, amoral; utilizo los adjetivos que desde lo
políticamente correcto utilizaría cualquiera de nosotros desde la distancia de
una relación así. Porque Cara de pan
trata precisamente de eso, de nuestros prejuicios y de nuestros miedos, de
nuestra capacidad para estigmatizar y para manipular lo que no entendemos. Lo
cómodo es lo correcto, y lo incómodo es más fácil asimilarlo desde el rechazo.
Sara Mesa crea un universo cerrado en torno
al parque donde ella (de nombre Casi para nosotros, os dejo la explicación del
nombre para la lectura del libro) y él (el Viejo, simplemente el Viejo)
desarrollan una historia tan simple como poco sospechosa, aunque, como dice la
magnífica contraportada del libro: “(una relación) que provocará incomprensión
y rechazo y en la que no necesariamente coincide lo que sucede, lo que se
cuenta que sucede y lo que se interpreta que sucede”.
Soy un militante fanático de la literatura
incómoda de Sara Mesa, que nos plantea preguntas que tienen respuesta pero que
casi nunca nos apetece responder. Si Cicatriz
ya supuso para nosotros una catarsis, esta vez la escritora desnuda
completamente la trama (¿hay trama?) y nos desvela que tras las absurdas
fronteras de lo moral hay mundos maravillosos y terribles. O ni maravillosos ni
terribles, sino simplemente mundos que por el hecho de no ser convencionales no
merecen no ser explorados.
La parte final del libro, casi a
modo de epílogo, es quizás demasiado explícita y nos arranca de cuajo los
huecos que nuestra imaginación había rellenado. Quizá no era necesario acabar
así, y merecía la pena dejar espacio a las dudas y a la incomodidad, o quizá no
había otra forma de cerrar la historia, llenando de sentido los esos espacios
en blanco. En cualquier caso, nos enfrentamos a uno de los libros más
importantes de la literatura contemporánea escritos en estas tierras. La
literatura de Sara Mesa palpita como un animal herido y nos hace pensar sobre
nosotros mismos y sobre lo desconocido del ser humano, por muy cerca que lo
tengamos.
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