Leer literatura de otras latitudes, con orígenes
singulares (singulares para nosotros, se entiende) nos aporta perspectiva y
enriquece nuestro punto de vista. Os lo dice un ávido lector de literatura en
español (y fundamentalmente española). No hay nada como darse una vuelta por el
mundo y descubrir una joya en forma de libro para darse cuenta de todas las
cosas interesantes que se están haciendo por el mundo y a las que tenemos que
prestarle atención. Y esto es extensible a todo lo que se os ocurra: música,
cine, deporte, viajes… Creemos (equivocadamente) que lo mejor es lo nuestro, y
este pensamiento nos priva de multitud de experiencias y placeres.
Cuando de libros se trata, esta reflexión
cobra especial importancia con literatura de lugares que calificamos con
frecuencia como “exóticos”: escenarios perfectos donde desarrollar historias,
tramas, conflictos… El problema es que, exceptuando las incursiones rigurosas
de algunos géneros como la literatura de viajes o los ensayos (o al menos una
parte de ellos), los terrenos de la ficción suelen abusar de los lugares
comunes, los tópicos y las simplificaciones. Los territorios donde se
desarrolla la trama son, utilizando un símil cinematográfico, escenarios de
cartón piedra. Nada es lo que parece.
De ahí que sea tan importante encontrar el
camino lector hacia estos lugares a través de la literatura de calidad nacida
allí, sin los filtros propios e inevitables asociados a la distancia. Conocéis
nuestra teoría: la ficción es probablemente el mejor modo de conocer la
realidad y la historia; por ese motivo necesitamos llegar hasta la mejor literatura
de ficción y a sus realidades más cercanas.
En ese sentido, la literatura que viene de
África nos aporta un punto de vista absolutamente necesario para (re) conocer
territorios donde Occidente ha abusado de la simplificación cultural. Como
decía Ryszard Kapuściński en Ébano,
África no existe.
En Necesitamos
nombres nuevos, Darling, una joven niña que vive en Paraíso, un barrio de
chabolas de un país sin nombre pero que imaginamos es Zimbaue (país de origen
de la autora), nos cuenta en primera persona su día a día con sus amigos, en
sus calles, en sus incursiones a Budapest, el barrio rico vecino, su relación
con su madre, su abuela y con su padre ausente durante años en busca de fortuna
a un país vecino. Y después, años más tarde, el salto a Estados Unidos,
concretamente a Detroit, a buscar un mejor porvenir al abrigo de una tía que ya
dio antes ese salto, en un viaje lleno de esperanza y promesas.
El relato lleva a la protagonista (y al
lector) a través de un camino donde nada es lo que pretendía ser, en un fiel
reflejo de la decepción del migrante que abandona su hogar en busca de la
tierra prometida. El relato en primera persona aporta ingenuidad y crudeza: no
hay nada como un niño para explicar sin eufemismos el embarazo de una niña de
diez años a manos de su abuelo, o la cotidiana convivencia con la enfermedad y
la muerte en un país donde el Sida afecta a dos millones de personas.
Uno de los grandes valores del libro es la
evolución que se observa en la narradora, que pasa de la mencionada inocencia a
la madurez adolescente años después en su relato desde Detroit. Esta segunda
parte del relato muestra el desencanto de aquellos a los que no se los espera
con los brazos abiertos pero que tampoco son capaces de emprender el viaje de
regreso; se convierten, de algún modo, en apátridas si esperanza.
Como os decía al principio, escuchar a estas voces del exilio nos puede
ayudar a comprender un poco mejor las vidas que hay detrás de alguien que salta
una valla, que se sube a una patera o que decide ganarse la vida como mantero,
más allá del cliché y de la injusta (siempre injusta) simplificación de los
problemas, de la que es experta la tribuna política. El migrante siempre huye
de algo, y siempre sabe que el precio de esa huida puede ser la vida. A partir
de ahí podemos construir la realidad que queramos, pero sin dejar de mirar con
esa perspectiva.
La edición en España por parte de Salamandra es todo un acierto. Una novela
reconocida y premiada, entre otros con su condición de finalista en los
prestigiosos premios Man Booker y Guardian First Book, y que inexplicablemente
ha tardado cinco años en llegar a España. Todo un acierto y una de los grandes
descubrimientos de este verano para el que escribe. Una novela de lectura
recomendada para jóvenes y adultos, sobre la que debatir y construir.
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