Para muchos de los (ahora) adultos de mi generación, la música de
Metallica es la banda sonora de nuestra juventud, cuando descubríamos un disco
nuevo por la cinta grabada del hermano de algún amigo (esos hermanos mayores
que abrían caminos fascinantes), o cuando pasábamos al bar donde la música era
música de verdad (Cotillo, Tris Metal en mi caso). Mis vagos recuerdos (me
caracterizo por mi pésima memoria) sitúan la música de Metallica en el autobús
de una excursión a Córdoba. Pablo sacó su cinta de la mochila y Master of
Puppets empezó a sonar. Y yo ya solo recuerdo mi adolescencia en torno a la
música de Metallica. Después uno se modera, se suaviza y aparecen otras
sensibilidades musicales. Pero ahí queda, para siempre, la música que nos hizo
tan felices. Por eso ha sido una maravillosa experiencia leer Metallica:
Nacer, Crecer,
Metallica, Morir, la primera parte de la
biografía de la banda, publicada por Malpaso.
En
primer lugar, si sois iniciados de la banda de San Francisco, entenderéis que
os digo que esta primera parte es la parte de la biografía que realmente nos
interesa a los que rondamos los cuarenta, porque en ella se repasa el periodo
comprendido desde la formación de la banda hasta el Black Album de 1991. Es decir, la Metallica que conocimos. La que
vino después coincidió con el alejamiento de su música y mi generación. Ya no
eran igual, pensamos. O fuimos nosotros los que cambiamos.
Solo
puedo deciros que la experiencia ha sido deliciosa. Narrado con rigor y con las
dosis justas de contenido musical y experiencias vitales puras y duras, los
autores hacen un recorrido riguroso a los comienzos de la banda, con Lars
Ulrich (batería) y James Hetfield (voz y guitarra rítmica) como protagonistas
de principio a fin. Son el alma del grupo con sus virtudes y defectos, y en
consecuencias merecen gran parte del mérito de haberse convertido en una de las
formaciones musicales más importantes del siglo XX.
Pero,
como en otras grandes historias, los personajes secundarios son lo que
sostienen buena parte del relato. En mi caso concreto este papel lo representa
a la perfección Cliff Burton, el mítico primer bajista de la banda, una rara
avis cuya temprana muerte engrandeció el mito de su figura y de su calidad
artística. Luego llegó Jason Newsted, que supo ocupar su papel, y más tarde
(fuera de los límites de esta biografía) Robert Trujillo, pero nunca fue igual
que con Cliff.
Otro
de los secundarios míticos de la banda californiana es Dave Mustaine,
guitarrista de los primeros años, una figura demasiado grande (y conflictiva)
como para no brillar con luz propia. De ese germen nació Megadeth, otra banda
para la (un poco menos grande) eternidad.
Es
importante tener claro, que no se trata de una biografía complaciente al modo
de las biografías oficiales al uso. En muchos episodios relatados, los
componentes de la banda no quedan en muy buen lugar, y a veces es difícil
abstraerse del machismo institucionalizado reinante en el mundo de la música de
los 80 y de los excesos de alcohol y drogas que nada tienen que ver con el aura
bohemia e interesante de la estrella del rock. Estamos hablando de jóvenes de
20 años con graves problemas de alcoholismo y drogadicción que ha condicionado
el resto de su vida. Y no trato de ser moralista, pero el libro no evade este
espinoso asunto y le doy el valor que tiene.
Sé
que lo vais a disfrutar si, como yo, pegáis un respingo cuando oís los primeros
acordes de Enter Sandman o de For Whom the bell tolls. Música que todavía es
capaz de remover los espacios más recónditos de nuestra memoria, evocando esos
lugares donde siempre nos recordaremos más felices.
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