Hay varios autores de mis lecturas del año pasado que era necesario repetir. Uno de ellos es Jennifer Egan. Después de mi descubrimiento con El tiempo es un canalla, necesitaba leer algo más de ella, ver si mi impresión original era algo puntual o podía contar con ella entre mis autores contemporáneos a seguir.
En estos once cuentos –situados en China, Bora Bora, Manhattan, Illinois, México...–, una sugestiva galería de personajes comparten la experiencia de la soledad, la nostalgia, el arrepentimiento y el anhelo de una vida mejor. Los distintos relatos no solo desprenden las emociones, finamente trazadas, de los protagonistas. En ellos también se ahonda en la atmósfera que invade los mundos habitados por fotógrafos de moda, modelos, banqueros, amas de casa y colegialas, todos aquejados por la vulnerabilidad y la desubicación, a pesar del bienestar económico en el que han crecido o han acabado instalándose. El laberinto de la identidad, tal como se presenta en la sociedad contemporánea, es el terreno del que nacen estas historias, así como probablemente toda la singular obra de la audaz y elegante escritora que es Jennifer Egan.
Jennifer Egan (como muchos otros autores norteamericanos) comenzó publicando cuantos para varias revistas y periódicos. Parte de esos cuentos se recogen en este volumen gracias a la editorial Minúscula, que también publicó El tiempo es un canalla. Al contrario que éste, en Ciudad Esmeralda los personajes de los distintos cuentos no están entrelazados sino que son independientes. Pero sí es común un sentimiento de desarraigo, de no encajar del todo. Una sensación que todos hemos sentido en alguna ocasión y esperamos no volver a sentir.
Uno de los relatos de la colección, el que da título al libro, nos cuenta las peripecias de una modelo y un joven fotógrafo en una de las famosas discotecas de Nueva York, la ciudad de Oz, la ciudad que promete que los sueños se cumplirán. En este caso es ella la que no encaja, la que mira a su alrededor y ve burla, sueños rotos y gente vacía.
La estructura de los cuentos es original en el caso de Egan. Es una autora que nos quiere mostrar un momento en la vida de alguien. No nos enseña todo, nos deja en el aire muchas cosas, para que imaginemos el pasado, para que nos estrujemos los sesos. Cada cuento te deja la sensación de que has conocido a alguien, a alguien de verdad del que quieres seguir sabiendo, del que te preguntas de dónde viene. Puede ser su carácter, sus manías, sus esperanzas…son personajes a los que te agarras y no quieres soltar.
Del mismo modo que en El tiempo es un canalla, en este libro los cuentos no tienen un final cerrado o feliz. No son los hermanos Grimm. Finales abiertos, o finales desesperanzadores. Se denota desencanto e insatisfacción en cada uno de ellos a pesar de la resolución de los personajes.
Jennifer Egan es una autora con una narrativa muy particular, muy atractiva. Es uno de los nuevos exponentes de la literatura norteamericana, que está dejando de lado el sustantivo de promesa para convertirse en algo más. Aunque El tiempo es un canalla me pareció una obra más completa y más original desde el punto de vista estructural (es una obra posterior a la que estamos hablando), me ha quedado claro que hay que estar atenta a sus futuras publicaciones. En EE.UU. ya se ha editado su nuevo libro Manhattan Beach, en el que cambia totalmente de registro y se pasa a la novela histórica. Espero que Minúscula se anime a publicarlo en castellano. Sería un gran placer volver a leerla.
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