Cuando
finalizaba el año anterior, me propuse para este año la lectura de cuatro o
cinco clásicos. Mi compromiso fue que cada dos meses, más o menos, iba a
interrumpir mi lectura habitual de novedades literarias para sumergirme en un
clásico. Con esta excusa estoy aprovechando y buscando ediciones especiales con
las que engrandecer un poquito mi biblioteca. Y no he encontrado mejor modo de
empezar que con Ana Karenina, una de las grandes novelas de la historia de la
literatura, en la edición maravillosa que Alba publicó hace unos meses.
De
la historia no voy a descubrir nada. O sí. Porque las novelas universales como
Ana Karenina corren el riesgo de que se hable más de ellas que lo que se las
lee. ¿Alguien no ha escuchado alguna vez el comienzo de la novela de Tolstoi?
Aunque ya la había leído (eso sí, hace veinte años), estas semanas abandonado a
Ana Karenina han sido un placer difícilmente repetible. Es la novela que mejor
ha reflejado los estados de ánimo y los sentimientos que rodean al ser humano
en torno al amor y todos sus matices, en concreto los más oscuros. Creo que
nadie será capaz de volver a escribir una historia como esta, la del amor entre
Anna Karenina y el conde Alekséi Vronski, o la de la ruptura entre esta y
Alexéi Aleksándrovich. Y esta es la historia central, pero otras muchas
historias la rodean, como la que inicia la novela, con el matrimonio de Stepan Arkádevich (hermano de Anna) y Daria
Aleksándrovna en un eterno equilibirio inestable, o la de Levin y Kitty
(producto en parte del despecho de esta última tras ser rechazada por Vronski).
Tampoco
nadie fue nunca capaz de mostrar los tiempos de cambio que vivía la sociedad
rusa a finales del siglo XIX, y la innegable influencia francesa en todos los
campos del país de los zares.
Tolstoi
se convierte en Ana Karenina en un monstruo de la literatura, creando una
novela que te sacude y te hipnotiza como solo lo consiguen las grandes obras de
la humanidad. Si tengo que describir qué sentimientos se han despertado en mí leyendo
el libro, tengo que retrotraerme a la primera vez que visité París o el día que
en el Prado no podía apartar los ojos de las Meninas de Velázquez.
Y
para que la experiencia fuera total, y como complemento imprescindible a esta
recomendación, tengo que destacar la edición de Alba. Es maravilloso el trabajo
que esta editorial está haciendo por los clásicos, desde el cuidado estético de
las ediciones a las traducciones de los textos, cuyas revisiones tras décadas
sin hacerlo se tornan imprescindibles. El gran formato de Ana Karenina en su
colección Clásica Maior merece un monumento.
Mi
siguiente aventura con un clásico creo que tendrá también acento ruso (tengo
una deuda pendiente que dura años con los autores rusos) y también creo que
Alba volverá a ser la protagonista de mi próxima visita a la librería. Cuando
me pregunto por qué me apasiona leer solo tengo que volver a coger con mis
manos la edición de Ana Karenina que me ha acompañado durante estos últimos
días. Experiencia que todos deberíamos tener si los libros son parte de nuestra
vida.
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