De
vez en cuando merece la pena enfrascarse en la lectura de un libro de viajes.
Personalmente me apasionan, aunque no los encuentro muy a menudo y menos tan
atrayentes como éste. Rata Editorial recupera este libro emblemático de la
autora Aurora Bertrana (1892-1974), totalmente
infravalorada por ser hija de Prudenci Bertrana, con el que colaboró en obras
posteriores. Pero ésta es su primera obra, que muestra sus expriencias en la
Polinesia en los años 20.
Aurora Bertrana, con sus palabras,
redujo el mundo. La Polinesia era un lugar remoto, perdido, inimaginable hasta
que ella estuvo allí. Hasta que esta periodista zarpó hacia Papeete y empezó a
enviar sus crónicas desde Oceanía hacia España. Fue a finales de la década de
1920. Bertrana, con treinta y cuatro años, llegó a aquel lugar exótico,
absolutamente desconocido, y durante tres años se dedicó a describir su
naturaleza y escribir sobre sus gentes. Hablaba sobre todo de las mujeres, de
los matrimonios forzosos, de la maternidad sin contratos, de la sexualidad
liberada. Bertrana viajaba porque buscaba y huía a la vez. Desde niña leía a
escondidas en la biblioteca de su abuelo porque su pueblo se le quedó pequeño.
Escapaba de una vida que su madre intentó confeccionar para ella cuando la
enseñó a coser, bordar y hacer puntillas para convertirla en una señorita digna.
Aurora,
con su vida burguesa, quiso salir de Cataluña a conocer mundo. Fue miembro en
Suiza de la primera banda femenina de jazz y de la mano de su marido, viajó a
un sitio nada habitual ni siquiera entre los más cosmopolitas de la época.
Aprovechando un puesto de ingeniero de su marido, se instalaron en una cabaña
en la Polinesia Francesa. Este mundo nos lo muestra en sus textos, su asombro y
maravilla ante este nuevo mundo.
Evidentemente
el libro exuda exotismo. La descripción del paisaje es predominante en sus
textos. Todos sus protagonistas desaparecen ante la enormidad del océano, de
los peligrosos viajes en barco, de las selvas y playas paradisíacas. Ella no
nos habla de las costumbres de los polinesios como tal, sino como se le
muestran a ella en varias anécdotas. No indaga sobre la naturaleza de su
cultura sino que hace un bello retrato de lo que ve. No es una obra
antropológica, es más bien lirismo hacia una sociedad sensual, más abierta, más
libre.
En
sus libros no da muestras de preferencia por Europa o por la Polinesia. Es una privilegiada.
Vive en una cabaña frente al mar, junto con su compañero. Son agasajados con champán, quesos franceses y demás delicias por sus vecinos europeos, o por las
autoridades coloniales. No deja de haber cierto halo racista en su relato. El
halo del desconocimiento, de la superioridad cultural. A pesar de ellos, tenía
curiosidad por conocer algo más que los turistas habituales, de los que hacen
sorna y se apena en uno de los capítulos. Ella deseaba conocer a los autóctonos
y se nota una audacia sorprendente en sus viajes tanto por ser europea como por
ser mujer.
Uno
de los capítulos más interesantes a este respecto es el de la visita a una
tradición habitual entre los polinesios, una sensual danza que finaliza con una
orgía generalizada. La autora no se asusta, disfruta con el espectáculo, un
refresco para la vida encorsetada de España en aquellos tiempos. En el momento
de su publicación este fragmento se hizo muy famoso y el libro gozó de éxito de
ventas debido a ello. A posteriori se disfruta de igual manera con la
percepción de lo que debió de suponer para la autora en su momento. Una vida de
descubrimientos, una persona especial que supo (y pudo) adelantarse a su tiempo.
Un
libro precioso, que se completa con fotografías de sus viajes que resultan
hipnóticas, que te transportan y te hacen desear viajar hasta allí y
perderse en esos paraísos. Una escritura bella e ingenua, una ópera prima
refrescante. Un regalo perfecto para los días de invierno.
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