En la
que creo que va a ser la última incursión a la vista a la obra de Eduardo
Halfon, hoy os presento Mañana nunca lo
hablamos, uno de los libros que más me gusta del autor guatemalteco (y ya
es decir).
En la
línea habitual de ese gran puzzle del que ya os he hablado que conforma la
literatura del escritor, en Mañana nunca
lo hablamos el autor viaja hasta su infancia. Decimos su infancia porque asumimos
que detrás de la ficción planteada por el autor está él mismo, y nos hemos
habituado tanto a sus (benditos) trucos de magia narrativos, que hemos
aprendido a engañarnos y no ver las cuerdas que mueven a la marioneta.
La
infancia como el lugar de donde proviene todo: los recuerdos traumáticos, las
experiencias iniciáticas, los secretos no desvelados, las experiencias que
nunca debería vivir un niño. Como os decía, te puede gustar una comida, y eso
hace que te guste siempre, la tomes donde la tomes, y con quién la tomes. Pero
es eso precisamente, dónde y con quién la tomas, lo que hace que el sabor sea
más intenso, y que el olor te evoque en
el futuro recuerdos que de otra forma no llegarían. En mi caso Mañana nunca lo hablamos es ese lugar y
esa compañía que hace que para mí sea un libro especial de Eduardo Halfon,
quién sabe si – ojalá nunca sea necesario – tuviera que elegir probablemente
este fuera el libro. El Libro, quiero decir.
Cuánto
por agradecer, Eduardo. Espero que aún te queden muchas páginas de muchos
libros por escribir.
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