Con
miedo de agotar las expectativas a fuerza de repetición, hoy vuelvo a traer al
blog un libro de Eduardo Halfon, al que cada vez que termino una lectura siento
que le voy a echar de menos cuando ya no quede más suyo que leer en mi
biblioteca. Hoy os traigo Monasterio,
una de sus últimas propuestas narrativas.
De
nuevo Halfon vuelve a sus orígenes, genealógicos, geográficos y vitales, en lo
que visto en perspectiva parece ser un enorme proyecto literario que en el
futuro veremos publicado en un solo volumen gigantesco. La sensación que tengo
cuando leo Monasterio es la de están armando un puzle enorme en el que todas
las piezas parecen iguales pero todas tienen su sitio. Y lo que parece una
enorme pirueta (cogiendo prestado el título de otro libro del autor) literaria
es en realidad uno de los más sinceros desnudos vitales jamás escritos y
leídos.
Aquí el
viaje también es literal. Halfon viaja a Israel en busca de algo más que el
evidente motivo del viaje. Como siempre, el autor acaba encontrándose a sí
mismo, desvelando la respuesta de algunas preguntas, pero haciendo aparecer
muchas más preguntas que respuestas.
Como
muestra, este fragmento, que inicia el relato y que, como siempre, nos abre la
apasionante puerta a la soberbia ficción planteada por el autor. Disfrutadle
que aún no es tarde:
Tel Aviv era un horno. Nunca supe si en el
aeropuerto Ben Gurion no había aire acondicionado o si ese día no estaba
funcionando o si tal vez alguien había decidido no encenderlo para que así los
turistas nos adaptáramos rápido a la pastosa humedad del Mediterráneo. Mi
hermano y yo estábamos de pie, agotados, desvelados, esperando a que salieran
nuestras maletas. Era casi medianoche y el aeropuerto ya no parecía aeropuerto.
Me extrañó notar que algunos pasajeros, también esperando sus maletas, habían encendido
cigarros, y entonces yo también saqué uno y lo encendí y el humo amargo de
inmediato me refrescó un poco. Mi hermano me lo arrebató. Soltó un suspiro de
humo entre indignado y rabioso y murmuró alguna injuria mientras se secaba la
frente con la manga de su playera. Ninguno de los dos quería estar allí, en Tel
Aviv, en Israel.»
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