La
literatura tiene algo de mirada personal de lo que nos rodea, y mucho (hasta en
los ejemplos de ficción más pura) de confesión por parte del autor. ¿A qué se
enfrenta un escritor cuando se sienta frente a una página en blanco si no es a
sí mismo?
En el caso de Sergio del Molino, uno de los autores más importantes de nuestra
literatura actual, su propuesta narrativa se revela paradigmática. En ella no
hay trucos ni artificios, y lo que a menudo parece el argumento principal del
libro es solo el trampolín introspectivo que el autor utiliza (o necesita) para
contarnos algo más importante.
Ya tuvimos esa sensación en dos de sus novelas anteriores, La hora violeta
(donde el autor desnuda su alma a través de un suceso personal doloroso y
transformador) y Lo que a nadie le importa (la búsqueda de la verdad del
pasado de un familiar en torno a la Guerra Civil). En las dos novelas
(especialmente en la segunda) la historia principal es un punto de apoyo sobre
el que pivota el verdadero ejercicio narrativo, consistente en una
autodeconstrucción por parte del autor cuyo objetivo parece ser encontrarse a
sí mismo a través de la experiencia revelada.
Algo parecido parece vislumbrarse en La mirada de los peces. Aquí Sergio del
Molino retrocede hasta su más incipiente juventud para rememorar su relación
con Antonio Aramayona, antiguo profesor que influyó de una manera decisiva en
su forma de ver y afrontar la vida. El punto de conexión con el presente es
también la relación del autor con su profesor, convertido en activista político
y cuyo suicidio anunciado marca al autor y le impulsa a repasar y reivindicar
su figura y su legado.
La historia que cuenta Del Molino es real, pasado y presente se alternan y se
cruzan a lo largo del libro abordando de una forma valiente y sincera la
relación tan especial que le une a su antiguo profesor.
¿Qué convierte a La mirada de los peces en un libro diferente, especial? Pues
en que la historia de Del Molino parece tan viva que parece querer ser una cosa
y poco a poco se va conviertiendo en otra bien distinta. Parece (y digo que
parece porque hablo de mis sensaciones personales, quede claro) que La mirada
de los peces pretendía ser una hagiografía de Antonio Aramayona, el testimonio
de un testigo cercano a las virtudes que rodearon su vida y su muerte. Pero
Sergio del Molino, en su travesía narrativa, se ve obligado a regresar a su
infancia, al barrio que le vio crecer - el barrio obrero zaragozano de San José
- y su historia nos transporta a una época cuyo olor, música, decepciones y
pequeñas revelaciones acaban definiendo mejor al narrador que al a priori
protagonista del libro.
Del mismo modo, la crónica correspondiente al presente (los últimos años
de Aramayona) son en realidad la historia que Del Molino nos transmite de sí
mismo, de su modo de sentirse afectado por la experiencia en su relación con
él.
¿Qué es entonces Sergio del Molino? ¿Debemos leerle como periodista? ¿Es solo
un escritor de ficción que, como tantos otros, se utilizan a sí mismos para
impregnar de verdad sus historias? ¿Es acaso un cronista fallido? No hay
respuesta, como podéis suponer, o al menos yo no la tengo.
Lo que sí tengo claro es que Del Molino ha encontrado el equilibrio perfecto
intergénero que le permite transmitir una verdad que podría contarse de otras
formas, pero que en este mestizaje de estilos encuentra el cobijo ideal.
Desde aquí propongo y reivindico a voces que como la de Sergio (y otros como
Manuel Jabois o Juan José Millás) hacen de la actualidad literatura y de la
literatura actualidad. Cuánta falta nos hace que estas conexiones se den con
mucha más frecuencia.
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