Siempre
motivados ante una propuesta literaria fuera de norma, no convencional,
exploratoria y casi experimental, hemos cogido con entusiasmo la lectura de
Ezequiel, primera novela de Adolfo Gilaberte, en la siempre interesante
editorial Mármara.
Ezequiel
es el relato polifónico de un hombre sin palabras. Porque las ha perdido cuando
era todavía un niño y ha aprendido a vivir sin ellas, con lo que ello significa
y las renuncias que, más allá de las evidentes, supone.
Ezequiel
nos adentra en tres momentos reveladores de su vida: su infancia, traumática en
su relación con sus padres, su juventud, con Ana, salvación redentora, aquella
en la que el amor actúa de salvavidas, y la actualidad, donde Ezequiel nos
muestra el resultado de todo lo vivido.
El descubrimiento
de Ezequiel y su autor es sorprendente. Sorprendente por tratarse de una ópera
prima que no parece tal. Por su maestría en forma y fondo, y por adentrarse en
un relato sobrecogedor, donde el silencio se explica con palabras, y es en esos
espacios explicados a través de un oxímoron en los que la literatura se siente
más cómoda: en la contradicción, en la paradoja y en las historias
aparentemente fuera de sitio.
Auguramos
un gran futuro al autor, que ha elegido una editorial perfecta para el inicio
en este complejo mundo de las letras. Enhorabuena también a Mármara por seguir
estimulando a nuestra capacidad de sorpresa.
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