Una de
las facetas más enriquecedoras que nos ofrece la literatura es abrirnos
ventanas no convencionales que nos permiten adentrarnos en asuntos desde
ópticas diferentes a las habituales. Sin duda, también están las “ventanas
convencionales”, o lo que es lo mismo, ficciones de corte ortodoxo que versan
sobre asuntos reales, históricos y actuales, que utilizan historias más o menos
explícitas y que son, por supuesto, perfectamente legítimas (y valiosísimas en
muchas ocasiones).
No
obstante, son las primeras, las ventanas no convencionales, las que más nos
interesan, aquellas que abordan un determinado tema mostrando perfiles a los
que otros antes no habían podido acceder. ¿Habéis visto Stranger Things? Pues,
disculpadme la extravagancia, pero me refiero a ese mundo no visible que solo
es capaz de ver uno de los protagonistas, que convive con el mundo real, el
evidente, pero que casi nadie ve. Se trata de la cara del dado oculta, y es ahí
donde la literatura adquiere una dimensión que los libros de historia nunca van
a poder alcanzar.
En un
momento en el que la literatura sobre el conflicto vasco está en plena
efervescencia (Patria como
abanderada, su mérito en este sentido es indiscutible), el nuevo libro de Aixa de la Cruz supone una
pequeña revolución. La línea del frente representa
una nueva manera de llegar a la verdad por caminos secundarios, más sinuosos y
peligrosos que las cómodas autopistas narrativas.
Sofía
es la protagonista de la historia, una joven vasca que, tras una traumática ruptura
sentimental y la necesidad de retiro para retomar su proyecto académico, decide
refugiarse en la vieja casa de verano familiar de Santoña.
El
proyecto – su tésis doctoral – versa sobre la vida y obra de Mikel Areilza, un
escritor exmilitante de ETA que se suicidó en el exilio. El estudio de la vida
del autor (visto por la protagonista desde el punto de vista de los diarios del
dramaturgo argentino que intentó llevar a los escenarios la obra de Areilza) se
mezcla en el relato con la relación de Sofía con Mikel, un ex novio de juventud
con el que retoma la relación; ella desde su refugio, él desde la cárcel de El
Dueso, a pocos kilómetros de ella, lugar que se presenta con un impacto visual
casi asfixiante, frente a la ventana de la casa que durante esos días es su
hogar.
Como os
decía antes, lo valioso de La línea del
frente es que Aixa de la Cruz nos muestra una forma diferente de abordar el
conflicto vasco como una parte de un todo mucho más complejo y no como un todo
absoluto que lo domina todo. Creo que la ficción necesita afrontar este tipo de
realidades de esta manera, tangencial, escorada, que no es una forma cobarde de
tratar el asunto sino todo lo contrario, ya que lo muestra precisamente como
esas sustancias gelatinosas que desprenden algunas plantas y que son tan
difíciles de limpiar, impregnándolo todo.
Asumámoslo,
hay una generación de jóvenes (algunos afortunadamente escritores) para los que
ETA y su historia son parte de un paisaje de algo que ocurrió hace muchos años
(y que probablemente no han vivido) pero que está lleno de vestigios y huellas
del presente. Y esta pedagogía también es necesaria para comprender la realidad.
Sin duda, tratar de conceder el título de “gran novela sobre el conflicto vasco” a un solo libro es una empresa tan inútil como poco inteligente. El asunto presenta tal
cantidad de aristas que todas ellas son bienvenidas y merecen ser
representadas.
Desde
luego, si este blog tuviera línea editorial, apostaríamos sin duda por las
propuestas valientes, inteligentes y enriquecedoramente creativas que autoras
como Aixa de la Cruz o Edurne Portela (hace unos días reseñamos El eco de losdisparos) ofrecen al lector y al conflicto. Como casi siempre, los mejores no
son los que triunfan, de ahí que la reivindicación de estos libros frente a
otros adquiere un importancia aún si cabe.
Sin
duda, uno de los libros de 2017 que va a dejar huella en el universo literario
nacional.
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