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Daha: Si mi padre no fuera un asesino, yo estaría muerto, Hakan Gunday (Catedral)

De manos de nuestra amiga Ruth Díaz nos llegó este libro. Su carta de presentación, complementada con su magnífica entrevista al autor en su visita a España  (aquí os dejo el enlace publicado en El Mundo) nos convenció: El libro se fue en la maleta rumbo a Portugal.


Me encantan las ficciones que conectan de una manera frontal con nuestra realidad, que la deconstruyen y la reinterpretan. Son la continuación de las contraportadas de los periódicos, aquellas que sin el frenetismo del titular y de la necesidad de contar las cosas en un tiempo limitado nos permiten respirar las realidades a las que nos acercan. Se trata de pequeñas historias que nos ayudan a contextualizar la historia oficial y a sustituir personas por números. Aquí os hemos traído muchos ejemplos.
 
Daha convierte una de estas realidades – el drama de los refugiados provenientes de Asia que atraviesan Turquía en su periplo hacia Europa – en ficción, y nos descubre con ello dramas ocultos, historias que subyacen y que superan a la oficialidad y frialdad de la noticia procesada.
 
Se trata de la historia del hijo de un traficante de personas - un eslabón más de la tenebrosa cadena del flujo migratorio – desde que es un niño testigo del negocio paterno hasta que se involucra en el negocio y se convierte en el sucesor de su padre.
 
Gunday ubica su historia en una suerte de purgatorio geográfico, ya que Turquía se convierte en el punto de espera, en la antesala que separa el infierno (del que huyen sirios y afganos fundamentalmente) del ansiado cielo europeo. Como se cita en el libro, Turquí es Europa menos Asia (entendiéndolo como operación aritmética). Se trata de un conjunto vacío que muchas veces solo representa el abismo de lo no clasificable, o lo que es lo mismo, el drama de no sentirse parte de nada.

 
La evolución de Gaza es el motor de la historia, pasando de ser un testigo inocente a un monstruo activo de las peores atrocidades imaginables. Se plantea aquí un hecho interesante e inquietante, que no es otro que la participación de los niños en actos criminales propios acontecimientos atroces como guerras o como el que se nos presenta en esta historia. ¿Cuándo un niño deja de ser víctima para convertirse en verdugo? ¿O se puede ser víctima y verdugo de forma simultánea?
 
Otro asunto que el libro trata desde la libertad que otorga la ficción es el comportamiento de las víctimas con otras víctimas semejante. La lucha por la supervivencia obliga al hombre a cometer vilezas inimaginables en otro contexto. ¿Estamos preparados para vivir situaciones extremas sin pervertir nuestros principios más sólidos de nuestra sociedad supuestamente avanzada? ¿Somos capaces de predecir nuestro comportamiento en situaciones en las que desaparece el suelo bajo nuestros pies?
 
Nuestra mente tiende a simplificar y a eliminar todos los atributos humanos que dificultan nuestras convicciones. Reducimos a los grupos humanos como “buenos”, “malos”, “débiles”, “crueles”.. y la realidad es mucho más compleja.
 
Se trata de una narración incómoda pero apasionante, donde se pone en tela de juicio nuestro punto de vista sobre conflictos de los que creemos conocer todo. Pequeñas historias como esta nos permiten confirmar el enorme poder de la ficción para entendernos como seres humanos. La prosa de Gunday es brutal, agresiva, sin artificios, un disparo intelectual en nuestras sienes.

 
El final es una catarsis, una salida necesaria después de un profundo viaje a los infiernos del ser humano. Como tal, sorprende y nos deja estupefactos, quizás demasiado. Quizás por eso, la historia de Gaza nos deja un poso agridulce y cerrar el libro supone casi un alivio que nos permite tomar aire.
 
Seguiremos de cerca al autor, este descubrimiento es de los que nos permiten ver nuevas formas de literatura en lugares en los que no nos habíamos detenido. Animaos, asomaos y dejaos sorprender.

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