Me gustan las
lecturas heterodoxas, las que se salen de las estructuras formales establecidas
y me dan un respiro a mi actividad lectora convencional. Estos libros me sirven
de complemento a lo que puedo llamar “mi plan narrativo”, y en ellos cabe casi
cualquier cosa: Poemarios, ensayos políticos, novela gráfica… Estas lecturas abren
mi mente y me permiten coger aire cuando el plan narrativo se pone cuesta
arriba (lecturas densas, libros que requieren pausas obligadas).
Este verano ha
habido varios de esas popuestas, pero hoy os traigo la más especial. Se trata de
No
comparto los postres, del Niño de Elche.
Los que ya conozcáis
al Niño de Elche, no os sorprenderéis de lo que este libro os puede ofrecer.
Sin embargo, si lo vais a descubrir con este libro (o con esta reseña) merecéis
una introducción.
Francisco Contreras
nació en Elche en 1985 y muy pronto eligió el flamenco como modo de vida.
Francisco – Niño de Elche – recorrió festivales y escenarios de toda España y
se situó en el escalafón más alto de promesas del cante flamenco. Parecía que
el futuro artístico del flamenco en España iba a estar en manos de jóvenes como
Mayte Martín, Miguel Poveda o él mismo.
Pero el destino
cambió cuando Francisco descubrió que su propuesta flamenca podía crecer si
ensanchaba los límites y miraba hacia los lados, hacia otras corrientes
musicales, otros conceptos artísticos y otras miradas al pasado y al futuro. Francisco se alejó del flamenco con el
flamenco en la mochila.
Como no podía ser
de otro modo, las corrientes más ortodoxas del flamenco le dieron de lado, pero
lo que se perdió el flamenco más rancio lo ganó la música porque de la
propuesta de Francisco nació el artista más importante que ha dado este país en
las últimas décadas. No exagero porque los riesgos que Niño de Elche asume con
su música nos lleva a lugares a los que la música nunca nos había llevado.
¿Qué es eso tan
novedoso que ha traído el Niño de Elche? Para empezar la liberación del
flamenco de cualquier tipo de corsés: música electrónica, música de autor,
rock, influencias de música iberoamericana, letras explícitas de reivindicación
social y política. Todo encuentra cobijo en la propuesta del artista ilicitano.
Pero hay más,
mucho más. Porque la puesta en escena de Niño de Elche no es solo pura
escenografía, sino un concepto de inmersión
integral donde el artista se convierte en transmisor de sentimientos más
allá, mucho más allá de la música. El entorno se convierte en vehículo para
expresar sentimientos, y os advierto, la experiencia abruma hasta tal punto que
a veces necesitamos parar y respirar.
Es difícil
expresar con palabras quién es y sobretodo quién puede llegar a ser Niño de
Elche, al menos a mí me ha costado. Pues este libro os puede ayudar a entender
sus motivaciones y su arte. Como no podía ser de otra forma, la propuesta – en este
caso literaria – también es arriesgada. Anécdotas, diálogos, textos que definen
su particular versión del mundo. Tres “convexaciones” en las que el autor (junto a otros compañeros de viaje) reflexiona
sobre cultura popular, sobre música (y flamenco claro) y sobre, cómo no, sí
mismo.
Es difícil encontrar
propuestas como esta y no quedar absolutamente hipnotizado, y por qué no
decirlo, desconcertado.
Mención especial
merece la edición de bandaaparte. Ya
habíamos leído algún libro suyo y nos hemos quedado prendados con sus
ediciones, que nos demuestran que en esto de editar libros aún hay espacio para
la creatividad y el talento.
Os invito a que
escuchéis a Niño de Elche y os sumerjáis en su música. Eso sí, llenad vuestros
pulmones de aire. Lo vais a necesitar.
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