Qué difícil supone para mí escribir sobre Reanudación de las hostilidades, de
Nacho Vegas, autor que forma parte de la banda sonora de mi vida desde que le
descubrí por puro azar hace ya más de un década, cuando buscaba información
sobre un tal Michi Panero, otro genio imposible e inclasificable. He seguido su
evolución como autor con devoción
religiosa, descubriendo en cada
uno de sus pasos poéticos y musicales al fenómeno cultural más importante que
ha dado este país en las últimas décadas.
He de reconocer que la claudicación
definitiva a su música vino años más tarde, cuando ya estaba absolutamente
entregado a sus canciones. Fue El
Manifiesto desastre, el disco definitivo, la obra maestra total, fruto,
como tantas otras obras maestras de la creación humana, de un punto de
inflexión. Nacho Vegas evolucionó (y solo la perspectiva del tiempo puede
confirmarlo de forma definitiva) de un discurso musical introspectivo a la
conexión de esa introspección con el mundo exterior, con la realidad paralela
coetánea al autor. Allí empezó la exteriorización de su malestar, y allí
comenzó también la visión optimista que ese malestar producía si se mezclaba
con el optimismo por mirar al futuro con la vitalidad de querer cambiarlo.
Después vino su vertiente más social, su forma de conectar con discursos
sociales, políticos y culturales que permitieron al autor acercarse a
movimientos hasta entonces alejados de su música. Pero la magia comenzó allí,
con ese manifiesto. Con ese desastre.
Vuelvo al libro, y a los motivos que me han
llevado a volver a sentir la magia de ese disco. En sus versos reconozco al primer Nacho Vegas:
La infancia ha
muerto: no hay posibilidad de ser feliz
Por ahora vivir
es solo un dolor impreciso
Cinco años y hoy
al fin duele
Pero también descubro al Nacho Vegas del
inicio del cambio:
El día comienza;
se reanudan las hostilidades
No puedo volver
atrás y recorrer los caminos que no quise transitar
Veo paralelismos entre sus canciones y estos
poemas, hasta el punto de que creo escuchar algunas melodías suyas en muchos
fragmentos de este libro. En cada uno de los tres actos que conforman la obra
escucho canciones de épocas muy diferentes:
En Los
términos del conflicto (poemas de cómo sobrevivir a este mundo) escucho Dry Martini, La gran broma final, Detener el
tiempo (¿su mejor canción?)
En La
contienda (historias de una prosa descarnada, autobiográfica y demencial)
escucho Actores poco memorables, Ocho y
medio, El tercer día, Mark Spitz, La sed mortal
y finalmente, en Capitulación (o la inevitable redención) veo al Nacho Vegas
desnudo y vulnerable y sincero de Crujidos
o La gran broma final, canciones que representan la desnudez, la confesión.
En las letras de Nacho Vegas, a diferencia de
otros, los puntos suspensivos no aparecen al final, sino que pueblan sus historias
(su historia en realidad). Son esos puntos suspensivos los que nos turban y nos
conmueven.
Solo os puedo invitar a que le leáis y le
escuchéis con la misma entrega que él deposita en sus canciones, y ahora en sus
poemas. Solo así entenderéis que antes de escucharle estabais perdiendo el
tiempo. ¿Qué hubiera sido de vuestra vida entera si Nacho Vegas hubiera formado
parte de ella?
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