Después de haber leído La España vacía, la monumental obra de Sergio del Molino (con reseña pendiente, por cierto), era
inevitable acercarse a otra de las obras recientes que escarba en el subsuelo
de nuestro país, el que esconde a pueblos perdidos, despoblados o que están
condenados a estarlo con la muerte de sus últimos habitantes, una suerte de
héroes por accidente que nunca buscaron serlo.
En Quién te
cerrará los ojos
nos alejamos del riguroso ensayo para entrar de lleno en un viaje personal en
el que la autora, Virginia Mendoza, descubre por sí misma la épica de los
únicos habitantes de territorios olvidados de nuestro país. El viaje, a priori
a medio camino entre lo puramente periodístico y lo antropológico, adquiere una
dimensión introspectiva por la conexión sentimental que Mendoza establece con
su pasado en Terrinches, su pueblo natal, pequeño territorio perdido en medio
de la Mancha. Ese es en realidad el punto de partida: Todo comienza en Terrinches.
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Panorámica de Terrinches |
Sin olvidar esa conexión, Virginia Mendoza
recorre la geografía española buscando esos territorios mágicos donde el tiempo
parece haberse detenido. Y en su camino se encuentra con las aventuras de un
americano en el pueblo cacereño de Deleitosa intentando plasmar la agonía rural
el corazón del franquismo; o en su viaje a Espierta, donde encuentra a un
pastor fuera de todo tiempo y lugar; o su encuentro con la última habitante de
un pueblo imposible de la Castilla más profunda.
Hay historias bellas, antológicas, como la de
Sinforosa y Martín, últimos habitantes en una aldea turolense porque ella
considera de ley morir en el lugar que la vio nacer. O el maravilloso diálogo
imposible (que la autora inventa y con ello hace posible) entre el protagonista
de La lluvia amarilla y el habitante de un pueblo perdido de Huesca: nunca un
diálogo inventado fue tan verosímil.
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El actor Chema de Miguel Bilbao representó magistralmente en teatro al protagonista de La lluvia amarilla |
El simbolismo más poético adquiere plena
expresión con la resistencia de una anciana en el tejado de
una iglesia protegiendo la campana que el obispado quiere llevarse. La ausencia
de la campana supone la desaparición definitiva del recuerdo de los que alguna
vez habitaron estos lugares. Y como contrapunto también encontramos otro
simbolismo, el de aquellos que han buscado en la soledad de estos pueblos la
paz que la vida en la ciudad no les dio.
Como decíamos antes, Virginia teje historias
a partir de sus recuerdos familiares en Terrinches: establece paralelismos,
crea vínculos remotos entre sus raíces rurales y lo que encuentra a su camino.
Y con ello crea literatura pura y descarnada.
En el libro de Virginia Mendoza hay ecos de
muchos de los autores que han tratado de acercarse a los silencios de los
pueblos perdidos, de sus últimos habitantes, tan olvidados que parecen pura
ficción. Julio Llamazares, Cristoff, el propio Sergio Del Molino, Camilo José Cela,
Azorín… Muchos de ellos aparecen inevitablemente citados en este viaje que más
que un viaje parece un paseo infinito por las piedras más angostas de nuestro
pasado más cercano, aunque en este viaje hay mucho presente y paradójicamente
mucho futuro. Mendoza comparte con ellos que lo que aparentemente parece una
forma de explorar las motivaciones que han llevado a estos protagonistas al
aislamiento, es en realidad un camino para explorar por qué en realidad nos
parecemos tanto a ellos.
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La autora, en otro de sus viajes antropológico-periodísticos |
Para Virginia Mendoza todo empieza y acaba en
Terrinches, pero en su viaje todo empieza y acaba en Deleitosa, con Josefa, ese
rostro que quedó para la historia en la fotografía de Smith el americano, que
consiguió enamorar a otro americano a miles de kilómetros en una de tantas
historias imposibles y nunca sucedidas con las que se podrían escribir libros
para la eternidad.
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