Continuando con el repaso a la obra de
Eduardo Halfon, hoy os traigo el último libro que he leído, La pirueta, publicado hace casi diez
años por la editorial Pre-textos.
Como si de un eterno retorno se tratara, la
obra de Eduardo Halfon está llena de lugares comunes, de autorreferencias, de
elementos inequívocos que convierten sus historias en territorios donde el
lector se siente como en casa. El autor
guatemalteco abre las puertas a su vida a través de la literatura, y retuerce
la primera al servicio de la segunda, creando con ello una ficción en primera
persona cargada de magia y de magnetismo.
En La
pirueta el autor recupera uno de los relatos que aparecen en su obra anterior
El boxeador polaco (de la que os hablé aquí), aquella en la que Halfon mantiene
un encuentro antológico y fortuito con un pianista serbio, a medio camino entre
la experiencia onírica y la singularidad de las cosas que solo suceden de
noche.
Es, como digo, a partir de ese relato
(rescatado del forma literal si mi memoria no ha fallado) cuando el autor
construye la historia de una búsqueda, la del autor al pianista servicio, que
tiene lugar en cuatro actos. El primero, el
del encuentro (el relato ya escrito), el de la explicación inexplicable de
la obsesión. El segundo, el de las
cartas con las que el pianista inicia una relación por correspondencia
unilateral con el escritor. Unilateral porque Halfon no puede responder, ya que
no existe una dirección a la que hacerlo. Las reflexiones escritas componen un
mapa existencial que mitifican la figura del pianista, completado por los
diferentes orígenes de las cartas recibidas. Por último, la historia de un viaje a Belgrado tras la pista del pianista.
El viaje es antológico, con muchas más
preguntas que respuestas y con un final sorprendente pero esperado. Como tantas
búsquedas que la literatura nos ha regalado – ballenas, perlas, tesoros, padres
perdidos – al final del viaje no hay nada, solo el propio viaje. Me atrevo a
interpretar lo leído y llevármelo a mí terreno, la pasión por los libros, para
concluir que detrás de las grandes historias no debemos esperar grandes finales
ni fuegos artificiales, sino el buen gusto que dejan esas grandes historias por
sí mismas. Qué gran lección nos llevamos. Leed y disfrutad.
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