Hoy es uno de esos días donde reseñar se convierte en un placer casi mayor que el de la propia lectura del libro reseñado. Abarcar (o al menos intentarlo) y transmitir las enormes sensaciones que uno ha sentido leyendo un libro como este se convierte en un reto y en un riesgo. Siempre queda el riesgo de no hacer justicia a la dichosa experiencia.
Juan Gómez Bárcena es un viejo conocido en nuestro blog. Las reseñas de Los que duermen y El cielo de Lima, ambos publicados en Salto de Página, son una buena muestra de por donde van los tiros de nuestra pasión literaria. Por eso su estreno en Sexto Piso añadía expectación a su nueva obra, Kanada.
Kanada cuenta la historia de un superviviente de la Segunda Guerra Mundial en su regreso a casa. La guerra ha terminado, pero todo está por comenzar. Os trato de contar por dónde nos lleva el libro y hacia dónde. Trazo un mapa orientativo para ello:
Uno. El final de la guerra. no es la paz. Aunque los libros de historia daten los finales de las guerras en días concretos, hay otras fechas no escritas que solo recuerdan los supervivientes, los vencidos, para los que la guerra, su propia guerra, no ha hecho sino comenzar.
Dos. El regreso al hogar. El protagonista regresa a un lugar que físicamente es su hogar, pero en el que ya nada le es propio. El alma de su casa ha desaparecido junto con la de su familia, sus recuerdos y sus ilusiones. No hay opción a la recuperación, a la paz con uno mismo, a retomar la vida allá donde quedó. No queda nada de la Hungría anterior a la guerra (al menos para él) y el futuro es poco más que un horizonte oscuro y lejano del que nada espera.
Tres. La condena de los perdedores. Los perdedores siguen siendo perdedores después de la guerra. No hay nada que repare los daños causados. Y no estamos hablando de los perdedores oficiales, sino de aquellos que, dentro del bando vencedor, no tienen nada que celebrar.
Cuatro. La culpa. La culpa tiene nombre de pabellón de un campo de concentración. Kanada es el lugar dentro de Austchwitz donde se acumulaban las pertenencias de los prisioneros, las requisadas, los objetos de valor, los recuerdos familiares, aquello con lo que viajaban cientos de kilómetros con la esperanza de poder conservarlo. El protagonista sin nombre de Kanada acaba trabajando en este lugar. De ahí la culpa y el tormento. La de aquellos prisioneros cómplices involuntarios de la barbarie. La culpa impide superar el insoportable trauma de una guerra donde hasta los inocentes se sienten culpables.
Cinco. El encierro. Los fantasmas, las heridas no cerradas. El hogar se convierte en una prisión voluntaria, donde el protagonista vive a la vez el presente y el pasado (nunca el futuro). El encierro se hace cada vez mayor y cada vez es más difícil superarlo. Y con él crece la claustrofobia, la obsesión por los recuerdos que se confunden y se superponen.
Seis. El tiempo detenido. Porque el protagonista en su encierro olvida que el tiempo existe, y los recuerdos le confunden. El pasado regresa y el presenta viaja al pasado para conformar una unidad temporal única que hace aún más grande el agujero. El lector, perdido también en la pérdida de la noción del tiempo, solo recupera la estabilidad con vagas referencias externas: un bebé que nace y cuyo crecimiento y evolución nos permite adivinar que el aislamiento dura años. Y uno no sabe qué es mejor, si perder totalmente la referencia temporal o descubrir que esta dura tanto.
Siete. Una ventana y una puerta. Este es el único contacto con el exterior. Por la ventana se adivinan cambios, o al menos la percepción de que la vida sigue, aunque todo al final parezca igual. Y la puerta es la única vía de contacto con otros seres humanos. Los vecinos que permiten que el protagonista siga vivo. Aunque este nunca rompe su coraza y no deja atravesar para que todo avance. Esos vecinos que hacen que nuestro protagonista sin nombre sienta que incluso para los que avanzan hacia el futuro el horizonte es desesperanzador.
Creo que acabo de terminar el libro del año. Es difícil encontrarse a un autor que crezca literariamente de esta forma exponencial y abrumadora. En su obra anterior podía adivinarse una carrera de futuro prometedora, pero con Kanada Gómez Bárcena se ha saltado varios pasos. Otros autores tardan décadas en producir un libro así. Que el autor lo haya conseguido tan pronto da cierto vértigo. Su estilo, su dominio del relato más allá de las líneas temporales establecidas y su capacidad de conmocionar retorciendo la historia mil veces contada como nunca antes se había contado nos deja descolocados y con la boca abierta.
Elegid un momento especial para leerlo. La lectura de un libro así lo merece. No os dejéis distraer con otras cosas, que para eso hay otros libros. Salud y buena lectura.
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