Me gusta esta costumbre de Anagrama de introducirnos a un autor inédito en España a través de su última obra para posteriormente publicar obras anteriores. El descubrimiento del autor se convierte en un viaje en sentido contrario, como cuando la primera escena de una película es el acto criminal y el sentido de la propia película es explicarnos por qué todo ha desembocado en un asesinato (permitidme la forzada analogía). Me encanta, en definitiva, esta forma de descubrir el germen de un autor.
Las cosas que perdimos en el fuego fue un hallazgo rotundo, un libro de relatos con el que Mariana Enríquez daba un golpe en la mesa (en la de los libros) y nos decía que nos encontramos ante una autora de raza, de esas que solo surgen cada mucho. La lectura del libro nos dejó con ganas de más y Anagrama, visionaria como tantas veces en nuestros deseos lectores, se ha dispuesto a reeditar Los peligros de fumar en la cama, título de tríptico imposible sobre consejos de seguridad que encierra los primeros pasos de la autora, allá por el año 2009. Como os decía, conocimiento retrospectivo. Me apetecía muchísimo saber si ya hace ocho años la escritora ya nos anticipaba en lo que iba a convertirse.
Es difícil describir de una única forma los cuentos recogidos en este volumen, porque aún formando parte de una unidad sólida (los lugares comunes son fácilmente identificables) las sensaciones que he tenido han sido diferentes. Os confieso que me ha costado enganchar al principio con los primeros relatos, como si la frialdad - característica en la narración de Enríquez - también se transmitiera al lector.
Pero superado ese trance inicial (tan breve que el riesgo de abandono no existe) se produce la catarsis, con relatos redondos y poderosos, donde la brillantez de la escritora vuelve a brotar como ya brotó con la lectura del libro anterior (aquí la secuencia temporal es necesariamente contradictoria, por la lectura cronológicamente inversa a la que hacía referencia al principio).
En los cuentos de Mariana Enríquez veo (odiosa comparativa, por repetitiva e imposible) a Cortázar y a García Márquez, pero también (más palpable y accesible) a Faciolince, a Carlos Fuentes, también al más reciente Pablo Ramos. A esa dulce forma de contar los aspectos más siniestros de la vida que tan bien saben hacerlo en algunos rincones maravillosos de América Latina: la muerte, lo esotérico, el terror no revelado, el pueblo perdido, tan perdido que no parece de este mundo, lo inquietante de las vidas aparentemente cotidianas (por no conocidas a fondo).
No me gusta hablaros de cuentos concretos, ni de que esta reseña se convierta en una enumeración rutinaria de los mismos (para eso está el índice y la contraportada). Prefiero transmitiros las sensaciones que me llevo una vez que cierro el libro. Me encanta recordar así los libros de relatos porque mi frágil memoria me permite conservar el recuerdo de esas sensaciones aún olvidando el detalle de los cuentos, lo que me permite adentrarme con frecuencia en relecturas placenteras.
En esta línea, os dejo un extraño combinado que creo que define a la perfección a los cuentos de Mariana Enríquez. Sus cuentos flotan en mi memoria como una mezcla de la música más onírica de Silvio Rodríguez (Camelot, Del sueño a la poesía) y los relatos perfectos e inquietantes de Edgar Allan Poe. No se me ocurre mejor definición ni mejor piropo.
Un libro para disfrutar y contemplar en la distancia del recuerdo, como los buenos vinos.
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