Me adentré en la lectura de Me llamo Lucy Barton con el escepticismo del precipitado juicio que desde determinados medios hace encumbrar determinadas creaciones como obras maestras (leer como ejemplo esta crítica de El País). Casi todo en la vida - los libros no son una excepción - necesitan del poso del tiempo para demostrar lo que en el fondo son, y ese tiempo transcurrido es un juez implacable, ajeno a las modas y a las conclusiones efímeras.
Cierto es que aunque tengo en muy alta estima a Duomo (editorial que me ha dado enormes alegrías lectoras este año con El campeón ha vuelto y El bar de las grandes esperanzas) creo que en la elección de la portada no han acertado. Ni esa lánguida foto ni el texto que subtitula al título ("una novela que ilumina nuestras relaciones más tiernas"...no es una broma) son merecedoras de lo que pretende ser una gran novela. Salvo que el objetivo sea un tipo de lector alejado de cualquier búsqueda del más mínimo valor literario, cosa que puedo entender sólo si el fin último responde a una estrategia comercial difícil de valorar.
El libro cuenta la historia en primera persona de Lucy, que debido a una operación se ve obligada a permanecer unas semanas ingresada en un hospital, lejos de su marido y de sus hijos, aún pequeños.
En el hospital recibe una visita inesperada, la de su madre. La vida las ha separado, física y emocionalmente, y este encuentro de varios días sirve de terapia y de catársis. Madre e hija recuerdan un doloroso pasado, y es a través de ese viaje en el tiempo como Lucy aprende a cicatrizar sus propias heridas familiares.
En el hospital vivimos la doble recuperación de Lucy, por un lado la correspondiente a su operación, y por otro la que se produce por mirar cara a cara a su pasado, una infancia difícil, una familia en la que no pudo encontrar el apoyo necesario de los primeros años, cuentas, en definitiva, pendientes y que esperaban ser resueltas.
Y por encima de todo, la literatura como salvación. Lucy Barton encuentra en la escritura su salvación, y es su anhelo en convertirse en escritora su leit motiv vital. Es maravilloso descubrir una y otra vez como los escritores necesitan plasmar en sus personajes su crecimiento y sus sensaciones como autores, incluso antes de haberse convertido en tales. Me encanta esa proyección de sí mismos, ese inevitable trazo autobiográfico de estas obras. Los ejemplos son innumerables, y solo cito los de mis más recientes lecturas: Leonardo Padura, Paul Auster, P. L. Salvador...
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Elisabeth Strout |
Resumiendo, me ha gustado, mucho, no quiero que os quede una sensación equivocada. Pero creo que a veces es tanto el bombo que algunas obras reciben que las expectativas generadas pueden volverse en contra de ellas. Supongo que es el síndrome de la inmediatez, de la obsolescencia de los productos que nos rodean. Por eso hay decenas de libros del año cada año, un partido del siglo cada cuatro meses, la mayor ola de calor de las últimas décadas cada poco... Creo que no hace falta que cada cosa que hagamos, vivamos o leamos tenga que hacer historia.
Por eso Me llamo Lucy Barton no es una obra maestra. Ni falta que le hace.
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