En ocasiones la obra te supera, leer se convierte en un reto personal porque lo leído abruma y paraliza, conmueve e incomoda. Os contaba ayer sobre Autorretrato, esa novela descarnada y desposeída de todo artificio: desaparecen las barreras entre el autor y el lector y aparece el vértigo y el vacío.
De una forma completamente distinta, recupero parte de esas sensaciones con Tu amor es infinito, de María Peura, que valientemente publica Sexto Piso.
Hablo de valentía (en la publicación) y de incomodidad (en la lectura) porque Tu amor es infinito cuenta lo que no se suele querer contar. Además lo cuenta sin adornos, ya que sólo cuenta eso, y todo gira en torno a eso. La narradora y protagonista es una niña que circunstancialmente vive con sus abuelos alejada de sus padres (en una familia desestructurada) y en el lugar donde debía esperarle la tranquilidad y el amor, sólo encuentra el maltrato físico y sexual de su abuelo, la incomprensión y falta de ayuda de su abuela, y el aislamiento cada vez mayor al que la situación le lleva.
El hecho de que la narradora sea una niña potencia la crudeza. Porque la protagonista, como casi todos los niños, no ocultan nada de lo que quieren contar, no hay elipsis ni espacios vacíos. El testimonio alcanza entonces dosis de explicitud poco soportables, adornadas por mundos imaginarios autodefensivos, pero insisto, igualmente (o aún más) poco soportables. No he dejado de leer - he devorado el libro en dos tardes - pero en determinados pasajes mis ojos se ponían como platos. Entiendo el debate que puede suscitar este tipo de literatura extrema.
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María Peura |
En ese sentido csbe preguntarse si todo vale. Si es necesario rebasar esos límites para contar una historia, sin valorar el objetivo pretendido. Porque a veces ese objetivo es ambiguo. El testimonio de la niña ayuda a dibujar al monstruo pederasta, a los daños irreparables que en una niña puede causar, más, mucho más allá del plano físico. Y del otro lado - los pasajes se alternan a lo largo de toda la historia - la versión del abuelo, introspectiva, auto destructiva, dolorosa también. Uno empatizaba ¿? con el monstruo, aprende sus mecanismos de pensamiento, se compadece de él.
No sé qué es más duro, si la monstruosidad inconcebible del acto narrado desde la perspectiva de la víctima, o descubrirse como lector deseando que ambos sufrimientos s por igual (víctima y verdugo) finalicen. Es cuando uno descubre que hay más de una víctima. Estás conclusiones son parte de la dureza del relato.
Contesto a la pregunta que antes me hacía. Sí, creo que en literatura todo vale. Porque todo es ficción, todo. Y convertir la ficción en un arma peligrosa sólo depende de la perversión del que lee. Cualquier argumento diferente supone un peligroso coqueteo con los límites de la libertad de expresión, de naturaleza salvaje e ilimitada.
En esa libertad de expresión creemos, bruta, sin límites, absoluta. Aún no los riesgos inherentes asociados. Porque sin esos riesgos perderíamos todo un universo de posibilidades. Y ahí reside la magia de cualquier disciplina en al vida.
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