Seguimos repasando la obra de Leonardo Padura a través de sus serie de novelas del detective Mario Conde, en esta ocasión con Máscaras, la tercera de su tetralogía de las cuatro estaciones. La lectura de los libros de Padura están suponiendo un enorme placer para mí, y han pasado a ocupar desde hace meses mi espacio personal del "segundo libro": al libro que me encuentro leyendo en cda momento siempre le acompaña el libro de Padura, cuando el primero exige una pausa, en tiempo para la reflexión, o simplemente un cambio de aires (os recomiendo que siempre tengáis un segundo libro como recurso).
Vamos a hablar de Máscaras..
En la tupida arboleda del Bosque de La Habana aparece un 6 de agosto, el día en que la Iglesia celebra la transfiguración de Jesús, el cuerpo de un travestí con el lazo de seda roja de la muerte aún al cuello. Para mayor zozobra del Conde –el policía encargado de la investigación–, aquella mujer «sin los beneficios de la naturaleza», vestida de rojo, resulta ser Alexis Arayán, hijo de un respetado diplomático del régimen cubano. La investigación se inicia con la visita del Conde al impresionante personaje del Marqués, hombre de letras y de teatro, homosexual desterrado en su propia tierra en una casona desvencijada, especie de excéntrico santo y brujo a la vez, culto, inteligente, astuto y dotado de la más refinada ironía. Poco a poco, el Conde va adentrándose en el mundo hosco en el que le introduce ladinamente el Marqués, poblado de seres que parecen todos portadores de la verdad de Alexis Arayán... Pero ¿dónde, en semejante laberinto, encontrará el Conde su verdad?
El nivel era muy alto, tanto Pasado Perfecto como Vientos de Cuaresma me parecieron magníficos, literariamente impecables y redondos desde varios puntos de vista: novela negra, representaciones precisas desde dentro de la Cuba menos transitada o perfectos ejemplos de que la literatura de entretenimiento no tiene por qué dejar de lado la calidad.
Pues Máscaras ha superado todas mis expectativas previas. Considero que es la mejor de las tres; el caso en el que se ve envuelto Conde - el asesinato del hijo de un prestigioso diplomático cubano, cuyo cadáver es descubierto vestido de mujer - nos mantiene en tensión a lo largo de toda la novela. La peor solución posible se teme desde el principio y el lector sufre con ella y Mario Conde vuelve a verse obligado a bucear en las alcantarillas de una Habana sofocante y olorosa (estamos en Verano) para resolver el misterio que rodea al crimen.
La homosexualidad y Cuba. El libro es un tratado impecable sobre la compleja relación que la isla tiene con esta conducta sexual, perseguida y condenada durante décadas y con tímidas concesiones a la tolerancia. A través del propio caso y de las largas charlas con El Marqués (una suerte de artista maldito) descubrimos de la mano de Conde que en Cuba ser homosexual no es fácil (dónde lo es), pero si eso viene acompañado de una militancia política incómoda o simplemente no oficialista el problema es mayor.
El autor, como en las anteriores novelas, reconstruye el régimen desde dentro del régimen, sin criticarlo y sin intereses espureos, sólo a través de la descripción del paisaje, de como respira una ciudad como La Habana y de cómo se respira en ella. El ciudadano Padura (o el detective Conde, tanto da) aman y odian su ciudad a partes iguales, un doble sentimiento de difícil disociación.
Y todo en el contexto de una maravillosa novela negra, no conviene olvidarse. Porque quien necesite simplemente eso de los libros de Padura, también lo puede encontrar. Mario Conde es ya sin duda mi detective favorito (y la competencia era dura): aspirante a escritor, de buen comer, de mejor beber, amigo fiel, de resacas imposibles, y rodeado de dudas (cada vez más) sobre el sentido de su labor como detective, y sobre la relación de su trabajo con su (falta de) felicidad.
Algún día hablaremos de los principios de los libros de Padura. Auténticas joyas, maravillas literarias que merecerían antología propia. Quizás en la próxima reseña, Vientos de Otoño, que ya he comenzado.
Vuelvo a imploraros que os acerquéis a su obra, editada en España por una editorial a la altura del autor, Tusquets. Todos los países deberían tener a un Leonardo Padura. Escritores de la verdadera historia de su país, no el de la bandera, sino el que suda y llora, en el que sale el sol cada mañana, en el que la gente se mata y se quiere. ¿En España? Chirbes se llamaba, y su buen legado nos dejó. Nos queda Rafael Reig, firme aspirante al reinado.. ¿algún candidato más?
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