Alguna vez he mostrado mi debilidad por Haruki Murakami, uno de los autores japoneses de referencia, eterno candidato al Nobel de literatura.
He de reconocer que tuve mi particular fiebre con el autor. Títulos como Tokio Blues, Sputnik mi amor o After Dark forman parte de los libros que marcaron parte de mis años lectores. Aún hoy sigo considerando imprescindible pasar por el autor y quedar fascinado por su universo. Si no le has leído te recomiendo que lo hagas.
También reconozco que me cansé. Leí 1Q84 y más tarde El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas y acabé desbordado. Sus historias me sobrepasaban o –peor- creía haberlas leído ya. Y dejé de leerle. Por eso me alegro tanto de haber leído este El elefante desaparece, su último libro de relatos.
En El elefante desaparece he reconocido al Murakami que recordaba, parte de su universo propio, historias en las que es fácil sumergirse y quedar atrapado. Esa es la mejor forma de definir el estilo narrativo de Murakami. Te atrapa y te hipnotiza.
Pero también he descubierto la frescura de un Murakami joven y por madurar. Estamos hablando de una publicación de 1993, y esa puede ser parte de la explicación.
Supongo que parte de mi historia de encuentros y desencuentros con Murakami ha tenido que ver con el orden de publicación de los libros en España. Tusquets ha ido rescatando libros anteriores al éxito del autor y eso ha podido provocar cierta confusión en mi yo lector, que ha pretendido encontrar una coherencia evolutiva en la literatura del autor cuando en realidad estaba leyendo libros de diferentes épocas. No quiero decir que sea imprescindible leer cronológicamente a un autor, pero sí creo que hacerlo enriquece el conocimiento literario del mismo. O dicho de otro modo, leer de forma desordenada la obra de un autor le priva a éste de mostrar un crecimiento literario por otro lado perfectamente lógico.
Y dicho esto, me ha encantado reencontrarme con Haruki Murakami, con sus relatos de soledad, de obsesiones, de realismo fantástico, en los que brota de forma natural la atracción irremediable que siento por una sociedad que entiendo todavía tan poco como es la japonesa. Esa distancia me atrae todavía más.
El libro me ha vuelto a enganchar a Murakami, y ya he decidido retormarle con De qué hablo cuando hablo de correr, esa suerte de autobiografía donde el autor habla de su pasión por la maratón. Ya os contaré donde acaba esta historia de amor que retorna. No siempre los regresos son desafortunados.
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