Regresar a Gabriel García Márquez se ha convertido en una parada obligatoria desde que empecé a escribir en el blog. En estas vacaciones metí en la maleta El coronel no tiene quien le escriba, del que guardaba excelentes sensaciones. Como me ocurre siempre con Gabo, las segundas lecturas siempre superan al recuerdo de las primeras. Leerle es siempre mejor que recordarle.
La historia del coronel que espera durante años la carta de respuesta con el aviso de que le ha sido concedida la pensión por haber servido al ejército veinte años atrás es la historia de una desesperanza.
El coronel espera, y cada viernes acude al puerto donde llega el correo. Y aunque el correo nunca llega, él nunca deja de acudir a la cita.
En el camino, un hijo muerto (maldita política) y un gallo al que, a pesar de la miseria y de las necesidades, el coronel se niega a vender. El gallo, aparente verdugo de su hijo (éste fue atrapado en la gallera) quizás representa a los últimos vestigios de vida de su hijo. La vida y la muerte, siempre tan cercanas.
Otra obra maestra de nuestro querido escritor colombiano, que, a diferencia de otras, en las que reinan los principios, es recordada por su maravilloso final, aquél en el que la mujer del coronel pregunta a éste qué van a comer cuando no les quede nada, y el coronel contesta: “Mierda”.
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