Éste
ha sido uno de los tres libros elegidos para mis vacaciones en el Cabo de Gata.
Me cuesta mucho hacer esa pequeña parte de mi maleta ya que desde hace unos
años con los niños colgando de mis brazos (literal) no tengo tanto tiempo libre
como antes en vacaciones para dedicarme a la lectura. Afortunadamente tanto la
elección de destino como de lecturas han provocado que días antes de mi vuelta
los hubiera terminado y que me hayan gustado muchísimo. Muerte de un hombre
feliz ha llenado mis noches con su estilo intimista, con una historia
importante sobre un hombre sencillo y los años difíciles de un país amado.
Milán,
verano de 1981, estamos en la época más dura de los años de plomo. Giacomo
Colnaghi es un fiscal que investiga el asesinato de un político democritiano a
manos de un grupo terrorista de izquierda. De origen humilde –es hijo de un
partisano muerto durante la guerra- está convencido de que su exitosa carrera
es la prueba de que la italiana es una sociedad abierta y justa. Casado y con
hijos, hombre de pocos aunque buenos amigos, lleva una vida tranquila y
solitaria.
Un
hombre justo, que lleva una vida sacrificada y solitaria en pos de la búsqueda
de la sociedad perfecta que desea. De fuertes convicciones religiosas y amante
de la humanidad, su trabajo le hace estar en contacto con aquellos a los que no
comprende, no justifica pero aún así no teme.
Así,
mientras investiga, detiene, rememora e interroga, Giacomo necesita entender a
los terroristas, uno de sus aspectos más nobles, una diferencia frente al resto
de sus colegas. Su pasado le ata a la violencia y a la vez que quiere entender
a sus actuales enemigos, necesita entender a su padre, muerto también debido a
su enfrentamiento por sus ideales. No hace falta que nadie nos explique la
historia de Italia para entender que las diferencias entre un partisano como su
padre y el terrorismo que invadió a Italia durante los años 70 y 80 no son los
mismos.
Y
este tema es una de las cosas más interesantes de la novela. Para mí, porque
admito mi profunda ignorancia en esta época italiana, que tanto me ha hecho
recordar a nuestros propios años 80, a los del terrorismo más exacerbado en
nuestro país. La misma violencia, la misma incomprensión y el miedo. En esos años la insatisfacción por la
situación política inestable hizo su aparición con violencia callejera y
posteriormente lucha armada y asesinatos a personajes vinculados con el estado.
Fueron 18 años de plomo.
A
pesar del tema duro que trata, la novela se hace muy amena y podría definirla
como una novela preciosa, con un protagonista que inunda la narración con
sus conversaciones con amigos, su insatisfecha vida familiar, sus recuerdos y
su fe ciega en la justicia. Una buenísima elección para mis vacaciones que no
me ha dejado indiferente. Uno de esos libros que te abren la mente y te cambian
un poquito para mejor.
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