Arrugas, hasta ahora el trabajo más personal de Paco Roca, abordaba el carácter implacable del ocaso de la vejez cuando el alzheimer hace su aparición. A través de los ojos del protagonista, el padre, y de su hijo, vivimos con ternura y con dolor una historia de despedida y de recuerdos -o de la falta de ellos, o de la perversión en que los convierte la enfermedad. Arrugas fue, y sigue siendo, una novela gráfica necesaria, de obligada lectura (la incluí entre Los cómics de mi vida, hace ya unos meses).
La casa supone el regreso a los lugares comunes en los que habitaba Arrugas. Palabras mayores, me dije. No quería leer demasiadas opiniones sobre la obra. Mis alarmas sentimentales ya estaban en alerta: sé de lo que es capaz Paco Roca con esos territorios personales que no queremos afrontar pero que inevitablemente llegarán.
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Portada de La casa |
Entre esas precauciones previas se coló la reseña de mi querida en ese momento del día, confirmando las sospechas, y a los pocos días el libro estaba en casa. Comienza la lectura.
El padre ha muerto. Pero no se ha ido del todo. Los hijos regresan a la casa de su infancia, testigo de toda una vida familiar que parece tener pleno sentido allí dentro....
Los tres hijos, primero por separado, después juntos, recorren cada rincón de la casa. Cada uno con sus propios recuerdos, con sus propias deudas por saldar. La casa como conjura para no olvidar.
Por eso la decisión de vender la casa parece la decisión de desprenderse de forma inevitable de una parte de ellos, o al menos de lo que les une como hermanos y como miembros de una familia donde las ausencias pueden unirles o separarles en una línea tan fina que a veces no vemos.
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Objetos que encierran una historia, un recuerdo |
Traducir en palabras lo que me ha hecho sentir La casa es injusto y difícil. Injusto por no estar a la altura, difícil porque no son los sentimientos del autor los que afloran con la lectura, sino los propios. El paso del tiempo, la inevitable ausencia de un padre a la que hay que enfrentarse, siempre con cobardía, porque esa ausencia, siempre en el horizonte, nos devuelve al niño que nunca hemos dejado de ser, y nos devuelve desamparados a la infancia donde el abrazo de un padre era todo lo que necesitábamos para sentirnos en el lugar más seguro del mundo.
No exagero si escribo que La casa es una de las obras escritas (y dibujadas) más hermosas que he leído. Ahora, como padre, me enfrento a esta historia haciendo inevitablemente míos los sentimientos no sólo del hijo que pierde a un padre, sino los del padre que ve crecer a un hijo, y que sabe que algún día los papeles volverán a intercambiarse, esperándonos para ser interpretados en la rueda imparable de la vida.
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Paco Roca |
Escribía antes que perder a un padre nos devuelve con desamparo al niño que fuimos. Siempre se necesita a un padre, aunque no esté, aunque creamos que ya no nos hace falta. Pero hay otro momento en el que volvemos a vernos como el niño que fuimos sin que se produzca la pérdida. A mi me ha sucedido cuando veo el amor infinito que mi hijo siente por mi padre, por su abuelo. En esos abrazos, en esa forma de decir te quiero, veo en los ojos de mi hijo los míos propios, brillando con la esperanza de no dejar nunca de ser un niño en los brazos de mi padre.
Gracias de nuevo Paco por poner imágenes y palabras a todos los silencios que los que estamos al otro lado no hemos sabido llenar.
Puf. Me has emocionado, y me he olvidado completamente de lo que yo escribí acerca del libro: me quedo con la explicación de por qué, sin existir la pérdida, nos vemos otra vez niños. Me encanta leeros!!
ResponderEliminarGracias! Sabes que el placer de leernos es mutuo. Hasta pronto!
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