Un cúmulo de sensaciones contradictorias me asaltan tras la lectura de Instrumental, el inclasificable libro autobiográfico del pianista James Rhodes.
Por eso he esperado unos días, dejar que las letras reposen, saborear el recuerdo de su lectura, para poder hablar sobre ello y poder canalizar mi entusiasmo, un entusiasmo comedido por la prudencia obligada que la dureza del libro me impone, la misma que me impide recomendarlo a cualquiera.
Abusando de mi mente estructurada y de mi pasión por enumerarlo todo (mis pensamientos, mi lista de libros por leer, mis series aún por ver, mis tareas pendientes..) procedo a contaros mis sensaciones sobre Instrumental en una suerte de cinco actos:
Uno. El infierno en el relato. Instrumental es un relato autobiográfico brutal. Doloroso, desgarrador. Tanto por lo que cuenta (años sufriendo el desgarro de la violación infantil, y las terribles consecuencias psicológicas que el autor arrastrará el resto de su vida) como por cómo lo cuenta (de forma inusualmente desinhibida, sin eufemismos, al margen de tabúes). He de reconocer que a lo largo del libro me he visto obligado a parar en numerosas ocasiones, tanto para digerir lo leído y coger fuerzas para retomar la lectura como para asumir (y tratar de entender cómo el autor lo asume) la propia crudeza del relato. Esto, amigos, no es ficción.
Dos. La luz en el relato. Instrumental es, a pesar de lo anterior, un relato luminoso, apasionado, lleno de vida. De pasión por ella y por todo lo que nos ayuda a aferrarnos a ella. También es un relato divertido. Sí, divertido. James Rhodes se nos revela como un talento contando historias (en este caso la suya) y nos hace compartir su viaje vital con él, entendiéndole, protegiéndole. También odiándole en ocasiones, ya que no siempre somos capaces de comprender.
Tres. La música en el relato. La música no es la tabla de salvación en la vida de James Rhodes. Es la vida en sí misma. Es lo que da sentido a todo. Cuando no queda nada, aparece la música (la música como revelación). Cuando no existe el camino la música se proyecta y se convierte en el sendero (la música como forma de vida).
La propia música nos acompaña capítulo a capítulo a lo largo del libro. Cada capítulo se introduce con una pieza de música clásica. Es la banda sonora del libro y de la vida de James Rhodes. Sobrecogedora, emocionante hasta las lágrimas. Escuchar ahora, con el libro finalizado, las propuestas de Rhodes es leer de nuevo el libro con los ojos cerrados. Escuchar la música mientras lees el libro es una experiencia difícil e inolvidable.
Cuatro. La vida en el relato. Su hijo, la madre de su hijo, su novia. Sus amigos. Las brújulas que hacen que este libro sea posible.
Cinco. Mi vida y el relato. Volver a disfrutar de la música clásica de una forma desmedida y apasionada, descubrir a Glenn Gould tocar el piano (y el cielo) con las Variaciones Goldberg de Bach, sentir que James Rhodes es un ser querido más, recomendar de forma incontrolada este libro aún con dudas por la contundencia de la narración que puede descolocar a según que lectores. Y la firme intención de extraer cada uno de los veinte prólogos y convertirlos en un libreto que permita entender y aprender a apreciar la música clásica a cualquiera que se deje recomendar. Un libro que funciona como una sinfonía perfecta, que concluye como empieza (como las Variaciones Goldberg, con la misma melodía) pero no para el lector, porque por el camino ha conseguido elevarte hasta donde sólo son capaces de llevarte las obras concebidas desde lo más profundo del corazón.
Estaba deseando leer tu reseña y desde luego no me has defraudado. Tenemos que hablar de este libro!
ResponderEliminarMe ha costado parir la reseña, no te creas. Aún dudo de haber transmitido lo deseado. Un libro hermoso y difícil.
EliminarQueda pendiente la tertulia..
Es curioso. Vengo a esta casa por vez primera, y encuentro varias reseñas de libros que son de mi interés. Llego al de Rhodes... y además de hallar excelentes líneas, advierto que he dado con un rara avis que aprecia la música clásica.
ResponderEliminarPero lo llamativo, es que acabo de concluir 'El malogrado', de Thomas Bernhard, que tiene en gran medida a Glenn Gould -y sus legendarias 'Variaciones Goldberg'- en el centro de la escena. ¿Casualidad o causalidad?.
Si el de Rhodes te ha gustado, me atrevo a sugerirte el de Mark Oliver Everett, 'Cosas que los nietos deberían saber'. Y si puedes conseguirlo, el CD de Eels 'Blinking Lights and Other Revelations' en el que el título de su última pista coincide con el del libro, y la letra cuenta la relación con su padre. Sin desperdicio.
Un cordial saludo.
Hola Marcelo!
EliminarLas casualidades no existen, y la red facilita encuentros como el nuestro. Me alegro enormemente que nos hayam9s emcontrado. He leído el maravilloso libro de Mark Oliver Everett, a partir del cual descubrí su música. Otra casualidad!
Un abrazo y espero que sigamos en contacto.