El último lector ha sido mi primer contacto con la obra del argentino Ricardo Piglia. Imperdonable la demora, aunque con el positivismo propio del lector que descubre tarde (alguna vez nos detendremos a reflexionar cuándo es tarde en la relación de un lector con un escritor) a un autor, miro con ilusión un futuro en el que ir poco a poco descubriendo la extensísima obra de este escritor.
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Portada de El último lector |
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Ricardo Piglia |
Con esta premisa, este fascinante viaje nos lleva a introducirnos en grandes obras donde el propio lector es protagonista (el lector dentro de la obra): la maravillosa obra de Borges (y el papel recurrente del lector) y de Cortázar, Anna Karenina, Hamlet.., o lectores clandestinos como los que protagonizan las maravillosas El hombre en el castillo (Philip K. Dick), 1984 (Orwell) o Fahrenheit 451 (Bradbury), universos distópicos donde los libros están prohibidos.
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En el maravilloso libro (y película) Fahrenheit 451, contemplamos
un mundo donde los libros están prohibidos
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En ocasiones este lector dentro de la novela trasciende a la literalidad del concepto. Así, descubrimos a la receptora de las Cartas a Milena de Kafka, genial obra epistolar donde vemos (gracias a Piglia) la existencia del lector invisible (las respuestas de Milena a las cartas de Kafka sólo pueden ser inferidas e imaginadas por el lector).
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Milena, destinataria de las cartas de Kafka. Lectora invisible y silenciosa |
Explorando el concepto de lector - retorciendo su sentido en este caso - Piglia aprovecha para analizar la evolución de la figura detectivesca a lo largo de la historia: De Dupin (Poe) al detective americano contemporáneo (Marlowe y Spade de Chandler y Hammet) pasando por nuestro querido Holmes (Doyle).
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Holmes y Watson, los personajes creados por Arthur Conan Doyle,
una expresión diferente del concepto de lector dentro de la novela
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Por eso Piglia no se queda ahí, sino que también explora aquellas obras donde la magia reside en la relación que el autor, a través de su obra, entabla con el lector (el lector fuera de la obra). En este aspecto el autor rinde un homenaje maravilloso a Joyce y su Ulises, obra que camina junto al lector, que necesita de éste para crecer y para adquirir pleno sentido.
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James Joyce consiguió con la escritura de Ulises crear una de las obras fundamentales
de la literatura donde el protagonista también es el lector
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E impregnando toda la obra -no podía faltar- el lector por antonomasia, cuya condición de lector sirve de motor al libro que protagoniza, cuyas aventuras son narradas en un libro que aparece en el propio libro que, en un imposible y genial monumento a la literatura, es leído por el propio protagonista dentro de la obra (el libro dentro del libro): Alonso Quijano.
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Alonso Quijano, el lector de ficción por excelencia: lector hasta la locura,
lector de su propia novela a lo largo de la obra. El libro dentro del libro
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Libro para releer y subrayar, que reivindica a los grandes clásicos (me ha hecho escribir mi enésima lista, la de los clásicos no leídos que quiero leer este año) y que nos ayuda a reflexionar sobre la propia lectura, sobre la maravillosa experiencia de vivir otras vidas, o por el contrario, reconocer nuestras propias vidas en las vidas de otros.
Ha sido inevitable reconocer en Piglia (al menos en esta primera experiencia personal con el autor) las mismas virtudes de otro gran autor referencial, escritor de experiencias lectoras, de metaficciones donde el propio escritor es realidad y es novela: Enrique Vila-Matas. Qué seríamos sin estos autores, los que nos permiten detenernos en nuestro propio viaje literario y nos sirven de mapa y de brújula.
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Enrique Vila-Matas, nuestro Piglia particular |
Un gran autor para comenzar un año y una nueva etapa lectora.
Me entusiasman las posibilidades de este libro... Un apunte: no creo que pueda descubrirse tarde a un autor. Ningún encuentro con un libro es del todo casual.
ResponderEliminarEs un libro que abre muchas puertas, incluyendo la del propio Piglia.
ResponderEliminarDe la tardanza de los descubrimientos debatiremos como se merece, verdad?
Un abrazo.