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Relecturas (VII): Releyendo a Gabriel García Márquez. La Mala Hora

Retomamos nuestro repaso a la obra de Gabriel García Márquez con La Mala Hora, una de sus primeras novelas (en concreto la tercera tras La Hojarasca y El coronel no tiene quien le escriba) el primer libro que leí suyo tras sus tres obras maestras y más conocidas (Cien años de soledad, El amor en los tiempos del cólera y Crónica de una muerte anunciada), por lo que le tengo un cariño especial.  
 

Portada de La Mala Hora, en la maravillosa edición de Mondadori
Ha sido un placer volver a leer La Mala Hora. Con esta experiencia de relectura tan intensiva estoy descubriendo que volver a leer un libro no sólo me permite volver a disfrutarlo, a reinterpretarlo a veces, a "pasearlo" tranquilamente como el que vuelve a un lugar de su infancia y quiere intuir sonidos del pasado, sino que el libro me transporta al momento en el que lo leí por primera vez si, como en el caso de La Mala Hora, éste fue especial e importante en mi vida. La Mala Hora fue el primer libro con el que una chica de ojos azules y siempre sonriente se presentó debajo del brazo para que lo leyera. Miles de te quieros después, dos hijos, una boda y un montón de sueños aún por cumplir, esa chica sigue presentándose de vez en cuando con la misma sonrisa y con un libro bajo el brazo.

La Mala Hora nos transporta a un pueblo perdido de la Colombia profunda (no, no es Macondo, aunque de Macondo se habla como lugar cercano). Un asesinato pasional despierta con sobresalto a los habitantes del pueblo. La culpa la tiene el último pasquín que ha aparecido denunciando una infidelidad. Uno más, los pasquines (panfletos anónimos haciendo público un chisme, un secreto, una denuncia) desatan miedos y pasiones, tanto por lo que dicen como por lo que pueden decir, "lo que quita el sueño no son los pasquines, sino el miedo a los pasquines.." dice uno de los personajes del libro.


Uno de los ejemplares más preciados de mi biblioteca


Los pasquines son al final una metáfora sobre los prejuicios establecidos, de nuestro a menudo equivocado establecimiento de prioridades. No creemos ser lo que hacemos, sino lo que creemos que los demás saben sobre lo que hacemos.  
 
¿Quién es el autor de los pasquines? La pregunta que llena de misterio a los habitantes del pueblo (y al lector, que es capaz de imaginar un pasquín en su propia puerta) es, sin desvelar nada del libro, irrelevante. Como si de una versión revisada de Fuenteovejuna, el pueblo entero se convierte (real o metafóricamente) en autor de los pasquines.
lo largo de las poco más de 200 páginas del libro, la apasionante historia de los pasquines es el vehículo conductor que nos permite conocer el pueblo y sus habitantes. Con ellos recorremos su presente y su pasado, la historia que permite entender lo que ocurre. Como siempre, García Marquez nos sumerge de forma mágica en un relato intemporal y ausente de linealidad: los personajes se mueven libremente en las líneas del espacio y del tiempo al servicio del lector y de la historia. La privilegiada brújula narrativa de Gabo nos orienta y nos ilumina. Se nota que es una de sus primeras novelas porque la telaraña aún es pequeña, aún había que esperar algunos años para que aparecieran las obras monumentales, a las que llegaremos también con estas relecturas. Pero a su debido momento. 
Siempre he visto a esta novela como la hermana pequeña y poco conocida de Crónica de una muerte anunciada. Veo en las dos al mismo Gabriel García Márquez. Veo y leo la misma atmósfera opresiva, los mismos habitantes que saben pero no saben (¿o es al revés?), veo al cronista disfrazado de escritor. 
Adoro la Mala Hora, adoro la edición de Mondadori (una de mis portadas favoritas) y adoro su contraportada, donde, como en todos los libros de esta edición, alguien decidió que no hay mejor reseña de un libro que el primer fragmento de la historia: 
 
 
 
"El padre Ángel se incorporó con un esfuerzo solemne. Se frotó los párpados con los huesos de las manos, apartó el mosquitero de punto y permaneció sentado en la estera pelada, pensativo un instante, el tiempo indispensable para darse cuenta de que estaba vivo, y para recordar la fecha y su correspondencia en el santoral. "Martes cuatro de octubre", pensó; y dijo en voz baja: "San Francisco de Asís".
 
 

 

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